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Eje Futuro - Page 58

  • LA RELIGION DE LOS DERECHOS HUMANOS.

    La religión de los derechos humanos

    Guillaume Faye


    derechos_humanos90.jpgPrimera en aparecer, en 1776, bajo la forma de la Declaración de Independencia, la versión americana de la ideología de los derechos humanos hace más hincapié en la busqueda por el hombre de la felicidad, en el derecho del individuo a resistir a toda soberanía que obstaculizaría su "libre árbitro" y su placer, que en los derechos políticos del ciudadano. La Constitución americana refleja esta concepción del Estado de Derecho: los gobernantes tienen por principal objetivo la garantía de los derechos humanos. La finalidad asignada a la política es permitir que los hombres gocen, en seguridad, de sus bienes. Tal filosofía,   que se inspira directamente en los hédonistas anglosajones y en los topicos del Segundo Tratado de Locke, presenta ya los fundamentos doctrinales del Estado benefactor occidental moderno, para el cual la gestión de la "felicidad pública" (common good) prevalece sobre la dirección política del destino de la nación. En este sentido, si la Revolución francesa fue fundadora de una "nación", la Revolución americana lo fue de una "sociedad", instancia despolitizada, dónde lo cotidiano y no la historia pasa a ser, como dice Baudrillard, el "destino social".

    En esta sociedad (podemos también hablar de "Sistema", en comparación con las ideologías políticas de los pueblos), la filosofía de los derechos humanos tiene por vocación de convertir al mundo entero. Mientras que la concepción rousseauista del derecho de la Revolución francesa profesaba un universalismo político, que pretendía convencer a los otros pueblos de organizarse civicamente bajo el régimen representativo de la "nación soberana", sin que la política o la historia fuesen suprimidas, la filosofía americana de los derechos humanos marginaliza estas dimensiones históricas y políticas: el universalismo no es político, toma matices de cruzada social; determina, para todos los hombres, más allá de sus culturas particulares, un ideal universal (libre-arbitro, felicidad individual, etc) y asigna a todos los Gobiernos de la Tierra la misión de satisfacerlo y en consecuencia de cumplir con sus exigencias existenciales. Esta extravagante pretensión, que se encuentra hoy formalizada como compromiso jurídico internacional por la Declaración universal, traduce la influencia bíblica muy profunda que se ejerció sobre los juristas americanos. Los Estados Unidos se creen implícitamente los depositarios de lo que un sociólogo americano llama "el Arco de las libertades del mundo". Se detectan en la concepción americana de los Derechos, además de un jusnaturalismo (creencia en "derechos naturales") dogmático, el sentimiento "de la elección divina" de los Americanos cuyo destino providencial sería el de un nuevo pueblo judío. No es asombroso, en estas condiciones, que en cuanto se alejaron de su preocupación las guerras exteriores, los Estados Unidos de Jimmy Carter hayan encontrado naturalmente en la cruzada por los derechos humanos el eje principal de su acción y de su "misión" internacional.

    Es necesario hablar bien de "misión", y no de política, en la medida en que ésta supone un poder cuyos constituyentes americanos, impregnados de biblismo, en rebelión contra el rey de Inglaterra, no pensaban sino en limitar las prerrogativas "históricas", en favor de subordinarlo a la economia y a la teologia.

    En la Declaración de Independencia (Filadelfia, 4 de julio 1776), se encuentra en efecto esta fórmula reveladora: "consideramos como verdades evidentes que los hombres nacen iguales; que son dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables, entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad (individuales); que se instituyó a los Gobiernos humanos para garantizar estos derechos."

    En el idéologèma de la felicidad, la versión americana de los derechos humanos incluye este concepto, formulado en Hobbes, Locke o Rousseau, en el que el individuo constituye la unidad básica de la vida. Tal idea, hoy rechazada por las ciencias sociales y por la étologia, proviene, como lo mostraron Halbwachs y Baudrillard, de la transposición política del dogma cristiano de la salvación individual. El destino colectivo e histórico se encuentra puesto entre paréntesis, negado, en favor del destino existencial del individuo. Mientras que la práctica religiosa garantizaba a este destino individual una realización trascendente, tolerando en el tiempo la historia humana, con la laicización del cristianismo fueron los derechos humanos los que se volvieron los instrumentos de la realización immanente de ese destino.

    Para Hobbes, en quien se inspiró Rousseau, la sociedad es un "ser artificial" (Léviathan, CH XXI). Los derechos humanos constituyen, en el autor del Discurso sobre el origen de desigualdad, el medio para liberarse de la dependencia de los hombres (beneficiándose al mismo tiempo de las ventajas de la vida en sociedad), idea que se encontrará en Jean-Paul Sartre. Rousseau admitía sin embargo la permanencia de la lucha "insuperable" contra la dependencia de las cosas. Pero la filosofía de los derechos humanos, prosiguiendo las concepciones lockianas, pretende liberar al hombre de la dependencia de las cosas. Los derechos deben garantizar la felicidad que es concebida como sosiego económico y psíquico, liberación de las dificultades fisiológicas y materiales, y no solamente políticas. Este deslizamiento hacia una concepción radicalmente pasiva de la existencia social señala paradójicamente la perversión de todo derecho. La función de los derechos humanos no es jurídica; ejerce una función suprema de legitimación del Sistema comercial occidental.

    Como lo mostramos anteriormente, la civilización comercial, seguida en eso con algún retraso por la sociedad soviética, esta caracterizada por la extensión de subsistemas racionales y técnicos de actividad. Una dirección política ya no mantiene la cohesión del grupo sino, como lo mostro Max Weber, por medio de una autorregulación descentralizada de carácter tecnócratico. El consenso social se basa en la adhesión práctica y espontánea de los individuos a un estilo de vida del que ya no pueden prescindir, adhesión que opera en los subsistemas (la empresa, el medio profesional, el universo del automóvil, el domicilio, el mundo del ocio, etc), y no en el conjunto de la sociedad. Para legitimar su soberanía, el Sistema no necesita pues ya un discurso político que atraiga la adhesión, ni de mitos movilizadores nacionales. De ahí la déspolitización y la desnacionalización de la sociedad civil, lo que Weber llama su "secularización". La validación de las estructuras sociales por argumentaciones políticas o "tradiciones indudables" cede el lugar a una validación por ideologías económicas y pragmaticas, como lo mostró Louis Dumont, o éticas privadas que justifican un estilo materialista de vida; estas últimas copian el aspecto mecanicista y economista del sistema internacional que trata de legitimar, y que, como lo vieron Weber, Gehlen, Schelsky y Heidegger, está basado en una interpretación de la ciencia y la técnica como actividades racionales y necesariamente orientadas hacia la obtención de la felicidad (económica) individual.

    Las ideologías modernas del sistema comercial van, pues, mundialmente, a valorizar estos dos idéologèmas-clave de la racionalidad y la felicidad. ¿Pero dónde van a encontrar, superando sus diferencias, el punto común donde puedan converger, el "cobertizo" que legitimará estas dos ideas? En la filosofía mundial de los derechos humanos, precisamente, que funciona también como legitimación suprema y sintética del sistema comercial. Solo sera pues al final del siglo XX que esta filosofía, que transporta la visión mecanicista del mundo del siglo XVIII, encontrara su aplicación práctica.

    Otra ventaja de la ideologia mundial de los derechos humanos: es que oculta la impotencia y la insignificancia del discurso político de las esferas dirigentes; las cuáles, en efecto, como proceden por medio de una gestión autoritaria de la sociedad-economia, no tienen más discursos ideológicos coherentes, que correspondan a una legitimación democrática práctica. Por otra parte, un discurso muy tecnócratico seria mal recibido. De ahí la necesidad implícita, o incluso inconsciente de recurrir a un discurso sintético que recupera, por medio de grandes principios, la idea democrática. Un discurso sintético, es decir, un humanitarismo vulgar, que mezcla y simplifica la moral del cristianismo, del liberalismo y del socialismo. Como lo observa Habermas, "la solución de los problemas técnicos escapa al debate público, que (...) correría el riesgo de poner en cuestión las condiciones que definen el sistema" (1).

    La filosofía de los derechos humanos presenta otras ventajas: legitima la desaparición progresiva de las especificidades etnoculturales, siempre problematicas para el poder establecido, validando la mejoria economica del nivel de vida como ideal oficial y "éxito indudable" del Sistema; tal es el sentido, por ejemplo, de las recientes declaraciones internacionales sobre los "derechos económicos y sociales". Del mismo modo, los temas relativos a los "derechos a la diferencia" solo están allí para neutralizar la idea de diferencia etnocultural, marginalizandola como derecho secundario a una diferenciación subcultural. El ideal antihistórico de los derechos humanos, común a los liberales y a los filósofos de la escuela de Frankfurt, trae también, como lo formuló ingenuamente Habermas (2), una "perspectiva de nivelación y satisfacción en la existencia". Tal perspectiva, incompatible con toda especifidad cultural, nacional o política viva y movilizadora, intenta hoy imponerse como mito mundial.

    Mito paradójico: se considera a si mismo como racionalidad y moralidad pura, y declina al mero bienestar económico, pero pretende al mismo tiempo actuar efectivamente (por medio de topicos negativos donde se condenan las "tiranías" y no por medio de movilizaciones positivas). Así pues, como hecho novedoso, el derecho toma las funciones del mito. ¡Suprema paradoja de este siglo! Este fenómeno se produce a escala planetaria y, si falla, su quiebra dejará un vacío planetario, el de la ilegitimidad global de toda una civilización, que habría intentado reconciliar el derecho, al pensamiento positivo, recurrente, memorizado y normativo, con el mito, pensamiento irracional, proyectado, emocional. Bonita utopía.

    Si la filosofía contemporánea de los derechos humanos señala el punto de convergencia de todas las corrientes de la ideología igualitaria, no es solamente porque el Sistema necesita una legitimación teórica suprema; es también porque el tema de los derechos humanos constituye un aspecto histórico común del pasado de todas esas ideologías, y que a ese respecto, las reúne en un momento en el que tienen necesidad. Liberalismos y racionalismos de tradición anglosajona o francesa, socialismos reformistas, kantianismo, marxismo (por medio del hegelianismo), cristianismo social, todas estas corrientes pasaron, en "la historia de su gran relato ideológico", para emplear la expresión de Jean-Pierre Faye, por el idealismo racional de los derechos humanos. Incluso el cristianismo integrista, que no rechaza los fundamentos del derecho natural canónico, puede tambien unirse a ellas.

    De ahí proviene la regresión intelectual, el retorno teórico de la inteligensia occidental a los derechos humanos que, por las concepciones que tienen, corresponden finalmente a las necesidades de legitimación de una civilización planetaria economista y mecanicista.

    En el momento en que esta civilización controvertida por todas las partes (excepto en la vida de sus subsistemas) no encuentra ideología política para legitimarse, los derechos humanos son los unicos con poder establecer un consenso en la forma de un pequeño denominador común ideológico.

    Esta simplificación ideológica es acentuada por las deformaciones que hacen sufrir a todo discurso los mass-media de comunicacíon internacionales. Aparece entonces una especie de dogma, revelado en la prensa, sobre las ondas, en la televisión, etc. Una verdadera "religión" de los derechos humanos inunda el Sistema, en la forma de filosofía emocional y simple; es su sistema sanguíneo, su alimento espiritual.

    En este sentido, solamente la filosofía de los derechos humanos podía agrupar a una inteligensia occidental sollozante, desde una decena de años, por el desmoronamiento de su discurso teórico y el hundimiento de sus modelos sociales. Que marxistas o socialistas revolucionarios, cuya familia de pensamiento había pretendido superar la fase "del idealismo pequeño- burgués" (Lénine) y del "formalismo" (Marx) de los derechos humanos, vuelvan de nuevo a su defensa, es la evidencia un retroceso teórico del pensamiento igualitario. Este retroceso, esta regresión ideológica, coinciden por otra parte con el paso del igualitarismo de una fase dialéctica, inaugurada en los siglos 17 y 18, y caracterizada por la inventividad y el autorebasamiento intelectuales, donde la formulación de las ideas precedía su aplicación política y social, a una fase sociológica, en la cual la difusión social y comportamental masiva de las formas de vida igualitarias y el triunfo del tipo burgués han producido la decadencia de las formulaciones ideológicas revolucionarias y el retorno a una sensibilidad humanitaria. Los hechos sociales controlan entonces las ideas, que se simplifican y adoptan la forma que les imponen los medios de comunicación y las normas de bronce de un periodismo mundial. Al triunfar, la ideología igualitaria deja poco a poco de ser inventiva; tiende a homogenizarse y a masificarse. La filosofía de los derechos humanos, como discurso de una burguesía planetaria y sentido de su proyecto, constituye la forma axial de esta masificación de las ideas.

    Las trayectorias intelectuales de antiguos izquierdistas, hoy agrupados en la Universidad de Vincennes en torno al grupo "Dire", de antiguos situacionistas, las de Henri Lefebvre, de Bernard-Henri Lévy, de André Glucksmann, para no hablar de las de Jean-Paul Sartre o de Maurice Clavel, corroboran este cambio, esta "Unión consagrada" en torno a una nueva religión de los derechos humanos que habría hecho sonréir a los gurúes "antiburgueses" de los años sesenta. Ciertamente, se dirá que esta reagrupación en torno al mismo discurso de todas las corrientes igualitarias es acentuada por la decepción de los ex-revolucionarios ante los fracasos de sus modelos (la URSS, Cuba, Camboya, etc), pero se puede también pensar que ha sido acelerada por la aparición de un adversario común detectado a través de la reciente presencia, en varios países de Europa, de una corriente teórica y cultural no igualitaria y "suprahumanista", sumariamente calificada por Maurice Clavel de "neopaganismo"...

    Significativas son a este respecto las trayectorias convergentes de las ideologías cristianas y marxistas que, partiendo de una oposición al humanismo de los derechos humanos, llegan hoy a colocarlo en el centro de sus tesis.

    El cristianismo católico, en particular, combatió durante mucho tiempo la filosofía de los derechos, no sobre el fondo sino sobre la forma, acusándola fundar el derecho natural sobre "el orgullo del hombre", sobre principios profanos, y no desde una moral revelada por Dios.

    El cristianismo moderno, que se separa de la fe religiosa y la teología clásica, no tiene necesidad, para laicizarse, de recurrir a otros fundamentos que los del propio evangelio. Hay una moral civil sentada sobre el derecho natural y la superioridad del individuo en la Biblia. Por ello, los temas de los derechos humanos le parecen perfectamente admisibles, lo que no era el caso a principios de este siglo. El padre Michel Lelong veía incluso recientemente en la adhesión a los derechos humanos un criterio de juicio de las familias de pensamiento, más importante que las posiciones sobre la religión. Explicaba que importaba poco que se fuese ateo o creyente con tal que se creyera en los derechos humanos (3).

    En la tradición marxista, que distinguía entre "libertades formales" (burguesas) y "libertades reales" (socialistas), los derechos humanos se rechazaban como una fase histórica pasada. Marx lanza en el Manifiesto su famoso anatema: "Su derecho no es más que la voluntad de su clase (burguesa) manifestada en la ley". Los marxistas modernos, mucho menos revolucionarios que sus grandes antepasados y más preocupados con la conveniencia humanista, dudan en renovar esta condena del derecho burgués como discurso de legitimación económica.

    La crítica del "derecho humanitario burgués" no es realizada más, desde que la revolución se sospecha de quienes se oponen a la "felicidad." Este abandono del antihumanismo no fue iniciativa de Roger Garaudy o del pensamiento publicitario de Henri Lefebvre. Como en otros temas, los intelectuales franceses vuelven a copiar evoluciones conceptuales ya realizadas en otra parte. Fue en realidad la escuela de Frankfurt y su más famoso representante, Max Horkheimer, quien inicio el retorno desengañado y doloroso al humanismo de los derechos humanos, que será reanudado más tarde por la inteligensia occidental de izquierdas, cuando no marxista.

    En 1937, como buen marxista ortodoxo que era aún, Horkheimer escribía: "la creencia idealista en un llamado a la conciencia moral que constituiría una fuerza decisiva en la historia es una esperanza que sigue siendo extranjera al pensamiento materialista" (4). En 1970, después de haber sido chocado por la experiencia estalinista, el mismo Horkheimer escribía: "Antes, deseábamos la revolución, pero hoy nos dedicamos a cosas más concretas (...) la revolución conduciría a una nueva forma de terrorismo." Es mejor, sin rechazar el progreso, conservar lo que se puede considerar de positivo, como, por ejemplo, la autonomía de la persona individual (...) debemos más bien preservar, entonces, lo mejor del liberalismo "(5)."

    Así pues, para Horkheimer que, significativamente, fue el más profundo de los pensadores marxistas del siglo XX, el materialismo histórico, el liberalismo burgués y el cristianismo deben unirse, ya que tienen el mismo discurso y defienden la misma trilogía fundamental: individualismo, felicidad (o salvación), racionalidad.

    Este acuerdo en torno un mínimo ideológico, es pues, paralelo a la voluntad de extensión de esa ideología a todo el Sistema occidental, a toda la "americanosfera". Una única sociedad, una única cultura, un único pensamiento. 

    Notas
    (1) Jürgen Habermas, la ciencia y la técnica como ideología, Gallimard 1973. ver también Helmut Schelsky, Der Mensch en Der technischen Zivilisation, Düsseldorf 1961.
    (2) Jürgen Habermas, opus cit.
    (3) Le Monde, 28 de agosto de 1980.
    (4) Max Horkheimer, "Materialismo y moral", en Teoría crítica, Payot 1978.
    (5) ibídem.
    [Texto extraído del libro de Guillaume Faye: Le Système à tuer les peuples, Copernic 1981.]

  • LAS SOLUCIONES IMPRACTICABLES Y TARDÍAS. La Colonización de Europa

     

    Mi posición surge del pesimismo activo del cual habló Nietzsche. Pero, antes de expresarlo, examinemos las diversas soluciones propuestas por los políticos a los problemas cada vez más grandes planteados por esta colonización de la población.

    1) La solución de la contención
    2) La solución comunitarista
    3) La solución asimilacionista
    4) La solución del retorno al país
    5) La solución de la expulsión masiva de clandestinos y de la restricción de las estancias

    Los Estados europeos actuales tratan de aplicar alternativamente -o conjuntamente- cada una de estas soluciones. Examinémoslos en detalle.

    1º) La solución de la contención.

    Se trata (con cierta mala conciencia) de "dominar los flujos migratorios", al apercibir, por laxitud y fatalismo que "la inmigración cero es imposible". Michel Rocard, en su tiempo, había declarado: " nosotros no podemos acoger toda la miseria del mundo". El se había pronunciado por la inmigración-cero, pero este período ha terminado. Se utiliza la fórmula hueca de "dominar los flujos"

    El presidente español de la derecha política, José María Aznar, definió muy bien esta doctrina en una entrevista en Figaro (5/10/1999) : " Es necesario definir una estrategia europea común vis-à-vis con la inmigración. [...] No se trata de elevar muros que acaban siempre cayendo, como el de Berlín, hace diez años. Pero una inmigración sin freno provoca una explosión. España, hace tiempo, un país de emigración, acoge hoy a un millón de inmigrantes. Para nosotros el control de las fronteras de Europa es una cuestión vital, a causa de nuestra situación geográfica (en frente de Marruecos. El estrecho de Gibraltar es, como en la Edad Media, una ruta mayor de invasión). Soy partidario de acordar los mismos derechos a los inmigrantes legales que a los ciudadanos europeos (es decir derecho de voto, etc. La derecha española va aún más lejos que la izquierda francesa) todos luchando contra la inmigración ilegal firmando acuerdos con los países de origen para la creación de empleos y el retorno de los clandestinos".    

    Este discurso es totalmente contradictorio y de un enfoque blando pronunciado. Es un revoltijo de naturaleza puramente electoralista: hace creer al electorado que se lucha contra la inmigración, mientras que no se hace nada o más bien poco. Esto es absurdo porque él ve bien que en la realidad cotidiana el mal se agrava. Este lenguaje almidonado ve la cuadratura del círculo y la alianza de la carpa y del conejo: ralentizar los flujos de entrada mientras se niega a erigir un "muro de Berlín"; y luego la siguiente perla: acordar a los regularizados una cuasi-ciudadanía europea, mientras se lo niega a los clandestinos. Lo cual constituye un increíble efecto llamada, una bomba aspirante de clandestinos que esperan siempre conseguir regularizarse en cualquier parte (lo que al final siempre sucede) y obtener así los derechos de los Europeos.

    La estupidez de este razonamiento demuestra bien que no es sincero y que es solamente demagógico. Por otro lado, estas políticas de control y de direccionamiento de los flujos no han sido aplicados en ninguna parte de Europa, a falta de medios y de voluntad. Ningún cuerpo de guarda-fronteras existe, por ejemplo. Cuando Europa cree uno, será demasiado tarde. La invasión se habrá llevada a cabo. La política de contención no será solamente insuficiente si es rigurosamente puesta en práctica (a causa de la invasión demográfica), pero ninguna voluntad existe de ponerla seriamente en aplicación, y las clases políticas europeas están obstruidas por la ideología humanitarista dominante. Se queda siempre al nivel de los discursos. Y aún peor, cada vez más los políticos y los intelectuales dicen que la detención de los flujos migratorios es imposible -lo cual es falso- justificando como siempre su dogmatismo ideológico y su impotencia a través de razonamientos técnicos. Se repliegan entonces sobre tres otras soluciones, todas ellas abstractas y sin efecto.   

    2º) La solución comunitarista

    Hemos hablado suficientemente alto por mucho tiempo. Esta solución, ella también, en lugar de atornillar el tornillo, la destornilla, ya que constituye para la inmigración una gran incitación a venir a instalarse en Europa en "su" comunidad. El comunitarismo es, como ha sido demostrado, practicado silenciosamente por el Estado francés, con gran coste, y luego del comienzo de los años 90 un fracaso completo. No ha tenido jamás éxito en hacer bajar la delincuencia inmigrante, por ejemplo, sino al contrario. Su principal resultado es el apartheid étnico-religioso, la extensión en forma de manchas de aceite de las zonas territoriales alógenas, el incentivo de las zonas de no-derecho y de economía criminal y la implantación creciente del islam. 

    Al comienzo, lo hemos visto, el comunitarismo de derecha o de izquierda parte del principio de que, ya que no se pueden dirigir los flujos ni expulsar en masa, hace falta la integración. Que para apaciguar las tensiones, se tiene que dirigir una especie de "reconocimiento de las diferencias" en la unidad republicana y del "ciudadano". Mientras que esto sólo se puede tener con una ciudadanía mono-étnica, como lo había sentenciado Aristóteles en su concepto de philia.

    El comunitarismo de izquierda quiere conciliar los valores ciudadanos republicanos y la gestión pacífica de las diferencias étnico-religiosas, en una atmósfera de "niños dóciles" y "laico". Esta es una utopía y una contradicción política de envergadura. De hecho, trata de realizar el apartheid sin apartheid. O, en el caso del Collectif Égalités de Calixte Beyala y Hamadou Dia, que demandan cuotas para los negros y otras comunidades étnicas, para construir un racialismo sin racismo.  

    El comunitarismo de derecha reposa sobre argumentos también todos ellos triviales, lo hemos visto en los párrafos relacionados con este tema. Su naturaleza es puramente intelectualista y, diré incluso, escolástica. Se imagina que, contra el Estado jacobino, se va a construir una Ciudad ideal etnopluralista, policéntrica, construida sobre un difuso "modelo imperial" (que no tiene de imperial más que el nombre, ya que un Imperio perdurable, éste no lo es desde luego) y se inspira en las teorías del "politeísmo social", reposan sobre el dogma de la "tolerancia del Otro", esta vez, pseudo-pagana y no basado más en los derechos del hombre. Este angelismo armonicista de una visión onírica y política, desconectada de la realidad, y basado en la idea históricamente absurda de que el paganismo sería tolerante. La razón última no declarada del comunitarismo de derecha es evitar el melting-pot. Pero su resultado práctico sería el agravamiento de este último, primando la existencia de "comunidades étnicas", como Estados en el Estado cada vez más indirigibles. El ejemplo de África del Sur no ha sido recordado.

    Pero los comunitaristas son soñadores. Se reclutan en los entornos intelectuales que absolutamente desconocen el terreno, que confunden sociología y especulación; al estilo de Emmanuel Kant, que no salió de su casa para ir a ver como es el mundo real, y que no leyó libros de historia, construyendo sobre la arena y a rebufo de los proyectos políticos impracticables de una vacuidad impresionante.

    3º) La solución de la integración y de la asimilación.

    Como contrapartida, los integracionistas-asimilacionistas son mayormente personas de acción, de derecha o de izquierda. Conocen el terreno. Sus tesis son teóricamente coherentes y en línea con la ideología de la República francesa, ideología puramente política y anti-étnica. Dicen: la única solución es hacer autóctonos a los alógenos, de afrancesar por la fuerza, de transformar los Africanos y los Magrebís en franceses europeos. Pero esta teoría es aún totalmente abstracta (Esto es: es el Estado que crea la nación y no a la inversa; jus soli; ser francés es algo mental y no étnico, etc). Ignora todas las leyes de la antropología y de la etnología; no tiene en cuenta ningún factor religioso; desconsidera la noción de pueblo. Fue formulada en el siglo XIX, de manera gratuita y romántica, hecha sobre el vacío, posible cuando los contingentes extranjeros eran débiles. O en las colonias africanas del siglo pasado que reagrupaban sociedades primitivas, de tribus atrasadas hacia poblaciones escasas. Inconscientemente, los asimilacionistas-integracionistas quieren aplicar hoy en Francia las recetas de la asimilación colonial del último siglo. Este es el síndrome de "nuestros ancestros los Galos".          

    Esta solución ya no funciona. Restaurar la escuela republicana, por ejemplo, con su disciplina y cohesión, no resulta con los jóvenes afro-magrebís. Tanto por razones de distancia etnocultural como por una laxitud educativa profundamente anclada en las costumbres después de los años 60 y que nada puede abolir, salvo una crisis grave.

    La integración, intentada luego del comienzo de los años 80 es hoy cada vez más decepcionante y discretamente abandonada. Los alcaldes y las oficinas que gestionan las viviendas de protección oficial llevan a la práctica por ejemplo el reagrupamiento étnico. La nacionalidad francesa no tiene ningún sentido para los negros, salvo la de beneficiarse de ventajas materiales. El romanticismo republicano no tiene efecto sobre estas poblaciones, que piensan ellos mismos en términos raciales.

    La noción de asimilación está viciada desde la base. André Lama ha magistralmente demostrado (Des Dieux et des Empereurs, mélanges romains, EDE, op. cit.) que fue aplicada durante el Imperio romano, sobre todo después de los edictos de Caracalla y que fue una de las causas de la caída de esta civilización debido al hecho de la "vertido de los clanes del Tíber en Oronte".

    * * *

    La solución asimilacionista es también bien defendida por los teóricos de derecha (Jean-Pierre Chevènement) que de derecha (Alain Griotteray). Precisamente este último fue siempre muy lúcido respecto de las consecuencias dramáticas de la inmigración (" La inmigración puede destruir Francia" escribió). Es partidario de una inmigración-cero, de un referéndum popular sobre la cuestión en la cual él lamenta que la clase política anti-democrática la había siempre rechazado, describe el balance catastrófico de la presencia masiva y creciente de alógenos, de los cuales sabe muy bien que se desarrolla todavía más por el crecimiento de la natalidad como por las entradas clandestinas -los falsos turistas con visado- y la reagrupación familiar; es consciente del daño que representa la implantación cada vez más potente del islam; admite que el fenómeno es una colonización de la población que se quiere definitiva; en su libro Les Immigrés Le Choc, afirma que desde 1983," es de temer el nacimiento de una Francia multirracial y multicultural". Y por tanto, en contradicción con sus diagnósticos y temores, propone la solución siguiente: " Contrariamente a lo que pueden imaginar algunos votantes del Front National, nunca enviaremos a los inmigrantes en situación irregular a sus países de origen. Pero, según las palabras utilizadas en Israel, los absorberemos. Les haremos hablar francés. Los haremos volver a la escuela de Jules Ferry, "Prohibido insultar a su profesor o hablar africano o árabe" (alusión a la "prohibición de hablar bretón" de las escuelas de la III República...) No los mantendremos en una situación de asistencia. El trabajo es un elemento de inserción. " (Le Figaro Magazine, 13/12/1997).         

    Las soluciones de Alain Griotteray están distorsionadas por la utopía jacobina. Son próximas a las perspectivas de Malek Boutih, presidente de SOS Racismo. Carecen de realismo étnico y se parecen a las esperanzas americanas o brasileñas del melting-pot, que han fallado. Cree aún en las virtudes de la asimilación republicana desde el momento en que serían impuestas desde arriba por un Estado fuerte. Evocando a Israel, olvida que la religión judía es un elemento por otro lado muy federalizador, muy potente -a la par que espiritual- y muy arraigada en la memoria, al contrario de los "valores republicanos", y que disgustan al Marx racionalista. Y olvida también que en Israel, incluso esta religión federalista, al mismo tiempo fe y afirmación de un pueblo, jamás ha logrado abolir la hostilidad étnica entre sefardíes y asquenazíes, ni las fricciones raciales (entre los ciudadanos Árabes israelís o los Falashas, judíos etíopes). En síntesis, mientras incluso admite los desórdenes endémicos de toda "sociedad multirracial", se liga al mito cosmopolita de la República francesa, mito kantiano, basado en la razón pura, sobre la negación de la personalidad popular y sobre el voluntarismo de un Estado asimilador. Un Moloch, que, según su expresión, debe " absorber " en una misma civilización racional las diferentes etnias, borrando la amenaza de sus incompatibilidades naturales de coexistencia. Imagina que la "autoridad del Estado republicano restituido" ¡aglutinará a las etnias inmigradas! ¿Basado en qué tipo de milagro se suprimirán las hostilidades naturales, antropobiológicas y culturales entre los Magrebís musulmanes y los Europeos? Diez siglos no han llegado para ello.   

    Alain Griotteray olvida, en fin, como todos los fervientes republicanos, que el fracaso de la asimilación no es debido al derrumbe de los valores republicanos, pero que precisamente el derrumbe de los valores republicanos es debido a la sociedad multirracial.

    ¿Rechazan los asimilacionistas la voluntad expansionista del islam? En el fondo, los asimilacionistas son los antiguos colonizadores colonizados. Creen siempre en la poción mágica de la colonización, antes exterior, ahora interior. Desconsideran demasiado a los inmigrantes colonizadores a los que creen incapaces de tener una voluntad de conquista. 

    Y luego, está lo más divertido. A la izquierda, y sobre todo en la prensa, se encuentran a los más optimistas integracionistas asimilacionistas. Recientemente (de hecho todos los meses) una revista se hace eco de los beneficios de la Francia multicolor y multirracial sobre la cual entra en estado de éxtasis. ¿Hace falta mostrar el comodín de lo políticamente correcto, no? En 1999, Paris-Match, Marianne y Quo salieron con grandes dossiers respecto de este tema. Con fotos de modelos de todas las razas, sonriendo, niños y niñas, abrazados. La Francia y la Europa de mañana, damas y caballeros. Junto con la portada, realizada por ordenador, de los "Franceses del futuro" -muy bonito naturalmente-, una mezcla de todas las razas humanas actuales. Y con grandes prosopopeyas sobre los valores de la ciudadanía y de la república. En pocas palabras, un sueño sin ningún argumento sociológico. Este es el discurso del todo irá bien, todo el mundo se mezcla, todo el mundo se asimila. Este discurso del asimilacionismo de izquierda se parece al para-marxismo americano del melting-pot de los años 60, como a las estupideces del esteta de izquierda Guy Hocquenghem La beauté du métis aparecido en 1973. El hombre nuevo no será más el proletario pero el ciudadano medio. Corean los nuevos días de la sociedad multirracial e integracionista. Tal es la letanía vertida por el pensamiento neo-burgués en los medios bien-pensantes.

    Todo esto fracasa ya bajo nuestra mirada. Todo esto se parece mucho a los discursos del viejo Brejnev, quien, en plena descomposición del comunismo soviético, continuó balbuceando las esperanzas leninistas de la sociedad sin clases.

    Las soluciones comunitaristas o asimilacionistas rechazan en consecuencia, por dogmatismo, el tener en cuenta la naturaleza étnica y no política del problema. No temo repetir incansablemente las mismas evidencias, con el fin de hacerlos entender como clavos de carpintero en los cerebros de la juventud que me leerán : los comunitaristas creen en el apartheid en el seno de un mismo Estado. Creen en la cohabitación política posible de las etnias, lo cual siempre fracasa. Los asimilacionistas creen en la absorción forzada de las etnias por el Estado, lo cual fracasa siempre también. Las dos doctrinas niegan la naturaleza humana como la ciencia política. Ignoran que: una República, un Imperio, un Reino no pueden federar pueblos salvo si estos últimos son étnicamente emparentados. La diferencia no es federable salvo si es débil. Lo que sería posible en el seno de una Gran Europa abarcando pueblos próximos, por su genética, cultura y religión. Pero nuestros intelectuales no son historiadores. No se interesan por las causas de la caída del Imperio Romano, ni las del perdurar de los Imperios chino y japonés, siempre ferozmente monoétnicos. No reflexionan incluso acerca de los tiempos presentes: ¿Por qué la guerra de los Balcanes? ¿Por qué la guerra del Líbano? ¿Por qué el drama de los Tibetanos? ¿Por qué los ghettos americanos? ¿Por qué el fracaso de la nueva África del Sur? ¿Por qué el racismo brasileño? Un misterio. Tienen la cabeza en las nubes y en los sondeos. Pero serán deglutidos por la corriente de agua de la historia, con el riesgo de deglutir -lo cual es un crimen- un pueblo entero con ellos.            

    Comunitaristas y asimilacionistas, hermanos hostiles, quieren imponer a Europa dos soluciones antagonistas, pero en el fondo están animados por el mismo principio, que han siempre fracasado en la historia: aquel de la cohabitación política posible, por asimilación o separación bien dirigida, de las etnias, de las razas o de las religiones diferentes bajo la autoridad del mismo Príncipe en el seno de un mismo dominio político. Esto es antropológicamente imposible. Hace falta afirmar el principio rigurosamente inverso: el hombre es un animal político, étnico y territorial. La armonía no puede nacer salvo de la conjunción de estas tres realidades. El dios Internet no podrá hacer nada de ello, menos aún la globalización de los mercados. Hace falta salir de esta creencia racionalista nacida en los cerebros paradójicamente románticos de los filósofos de las luces y de los científicos soñadores del siglo XIX, según la cual el hombre sería un ser de razón, moldeable por una educación universal o gobernable por la sabiduría, apto a devenir un "ciudadano" modélico. No. Solamente una élite es capaz de ello, y aún en las condiciones totalmente artificiales de la pretensión burguesa. Pero el pensamiento burgués, como lo sabía Nietzsche, es un veneno que mata de forma lenta pero segura.   

    4º) La solución de asistencia al retorno.

    Una cuarta solución, imaginada por los republicanos humanistas que se asustan de las expulsiones (legales, pero ilegítimas a sus ojos) fue la ayuda al retorno. La "inversión de los flujos" ha sido intentado por Raymond Barre dando un peculio a los emigrantes para reinstalarse en sus lugares de origen. Esto no funciona, ya que quedarse y "vivir en su pueblo" no les interesa. Y, como mucho, aquellos que parten vuelven, después de haber recibido la suma que se les ofrece. Utopía de economistas y de hombres de gabinete.

    Ayudar a los países exportadores de poblaciones no es eficaz y es demasiado costoso. ¡Haría falta repensar toda la economía mundial para que esta solución intelectualista funcionase! Defendí esta solución antes, pero ya no la creo más. Es demasiado tarde, muy demasiado tarde. El cálculo es el siguiente: vamos a ayudar a los países exportadores de inmigrantes para crear empleos allí, a desarrollar su economía y, al mismo tiempo, vamos a ofrecer una bonificación para los inmigrantes que volverán al país. En ello encontrarán en consecuencia más interés económico que en el caso de quedarse en Francia. Ésta es una visión típicamente abstracta, una de estas falsas buenas ideas, brillantes pero vacías, de la tradición intelectual francesa. Se le llama a esto el "codesarrollo", todavía uno de esos conceptos sin significación. La ayuda al retorno como la ayuda a la creación de empleos en el país exportador de inmigrantes es un fiasco porque es más interesante económicamente quedarse en Francia para un inmigrante teniendo en cuenta los subsidios y ayudas que percibe, pero igualmente porque es prestigioso para él instalarse en Europa.  

    La circular del 19 de enero de 1998 preveía una prima de 4500 F por adulto, de 900 F por hijo y una ayuda por los proyectos de reinserción financiados por la OMI, el organismo de migraciones internacionales. El dinero público fue, evidentemente, solicitada una vez más para ayudar a estos inmigrantes desafortunados. El resultado era de esperar: ¡solamente 600 personas, todas clandestinas sin papeles, aceptaron esta solución! Y es fácil apostar a que después de haberles tocado la lotería, volvieran. Se han previsto ya 10.000 demandantes...  

    Pero Martine Aubry, esta auténtica caja de ideas tecnocrática, había encontrado otra solución en noviembre de 1998: el retorno al país de origen se vería sustituida por una "ayuda a la reinserción profesional" allí y... una visa de circulación temporal en Francia. El coste sería inferior a aquel de un traslado a la frontera, que es de 35000 F por expulsado. La medida fue dirigida a los malienses, senegaleses y marroquíes. Nadie se presentó.  

    5º) La solución de la expulsión masiva de clandestinos, de la restricción de estancias y de la "preferencia nacional"

    Incluso si son aplicadas con rigor, las expulsiones de clandestinos o de extranjeros condenados por lo penal, con respecto a la ley democrática, no resolverían el problema, lo hemos vista más arriba. Permitirían como mucho ralentizar el crecimiento de la población alógena.

    ¿Pero quienes de todos aquellos que son nacidos o que nacieron en Francia y son por tanto inexpulsablemente franceses? ¿Quiénes de los extranjeros legalmente presentes, incluso parados, y de los beneficiarios de la reagrupación familiar? Incluso una política masiva de expulsión de clandestinos no ralentizaría el crecimiento de la población alógena colonizadora. En la situación actual, las expulsiones masivas de clandestinos -por tanto perfectamente legales- no son contemplables por la clase política, la administración prefectoral y la magistratura, totalmente paralizadas por la culpabilidad y por el juicio de los medios.

    Del mismo modo, traer el permiso de residencia a un año no renovable automáticamente, suprimir el reagrupamiento familiar, endurecer todas las condiciones de entrada, etc. aunque conformes a la Constitución, serían en el estado actual de las cosas rechazado por le Consejo constitucional. Jamás una mayoría, incluso de derecha, osaría llegar tan lejos. En Francia, no se retrocede sobre las ventajas adquiridas, aunque éstas sean excesivas. 

    Se piensa también suprimir los privilegios sociales a los inmigrantes y aplicar el principio de la "preferencia nacional". Los extranjeros no se beneficiarían más de los subsidios familiares, del paro y de todas las prestaciones destinadas a los autóctonos. Tendrían sus propios circuitos internos de financiación. El permiso de residencia no sería concedido más a un extranjero sin empleo: deberá retornar a casa. Así, la "bomba aspirante" que succiona a los emigrantes del Tercer mundo en Europa cesaría de funcionar.

    Esta política, adoptada en el conjunto del Tercer mundo respecto de los extranjeros, que se emplea igualmente en Japón y en los Estados Unidos, es juzgado por tanto de "fascista" y de discriminadora en Europa Occidental. El "privilegio de la nacionalidad y de la reciprocidad", fundado en el derecho público internacional, inscrito en la Carta de la ONU, es en consecuencia, en Europa Occidental, juzgado contrario a los derechos del hombre. Es curioso pero es así. Un francés desempleado en Marruecos es inmediatamente expulsado. Un marroquí desempleado en Francia se halla amparado.

    Es rigurosamente imposible para un belga adquirir la nacionalidad india o china. Pero no importa que el hindú o chino pueda adquirir la nacionalidad belga. Por tanto, la preferencia nacional (o europea), desgraciadamente inaplicable en el marco de la ideología actual, no será suficiente para absorber el crecimiento endógeno en Europa de las poblaciones afro-asiáticas. Hace falta por tanto encontrar otra cosa. 

     

    Guillaume Faye