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Ancestral y revolucionario. La nueva Europa según Faye

Más citado que leído, lejos de la izquierda y de la derecha, el autor francés Guillaume Faye propuso atrevidos escenarios

Fuente https://euro-sinergias.blogspot.com/

 

Más citado que leído, lejos de la izquierda y de la derecha, el autor francés Guillaume Faye propuso atrevidos escenarios

Luigi Iannone

https://www.ilgiornale.it/news/spettacoli/ancestrale-e-rivoluzionaria-nuova-europa-secondo-faye-2026856.html

Ancestral y revolucionario. La nueva Europa según Faye.

Guillaume Faye (1949-2019), intelectual excéntrico con una producción magmática y casi indefinible, es tan citado como poco leído, debido principalmente a la escasez de traducciones al italiano. Con la excepción de El sistema para matar los pueblos y Arqueofuturismo, hay muy poco que encontrar. Adriano Scianca intenta llenar este vacío recopilando los ensayos, artículos y entrevistas más significativos de los últimos cuarenta años en Dei e potenza (Altaforte Edizioni, p. 290, euro 17).

Aunque sus intereses giran en torno a temas y referencias del mundo de la identidad (la crítica a la sociedad de consumo y al occidentalismo, el nacionalismo continental, la revolución conservadora, Nietzsche, el mito indoeuropeo, el paganismo, la cuestión de la tecnología), el primer punto de inflexión de Faye fue su ruptura con la Nouvelle Droite. Diversiones ininterrumpidas que le llevaron incluso a introducirse en el mundo del espectáculo, como presentador de un programa de radio de broma y, según él mismo admite, como actor en una película porno. Una vez superada también esta fase, retomó con vigor su actividad como conferenciante y escritor hasta los últimos meses de su vida, marcados por el cáncer.

El sistema para matar a los pueblos, un libro publicado en 1981, es el que mejor representa la parte destruida de su pensamiento. Pone en la picota a la sociedad global, a sus representaciones masificadoras y unificadoras y a la ideología igualitaria occidental estructurada como un verdadero sistema, a pesar de que la narrativa general intenta decirnos otra cosa: "La opinión pública es la coartada. El sistema lo utiliza para demostrar lo democrático que es, cómo se basa en el consenso y el asentimiento general". Bajo el manto de un cosmopolitismo tolerante estaríamos asistiendo de hecho a la destrucción de cualquier especificidad y a la afirmación de una ideología mundial "que recorre los pasillos de las instituciones internacionales y se expresa en los programas de todos los partidos políticos importantes del planeta".

Con Arqueofuturismo, Faye da un paso adelante e intenta encontrar una salida. La idea es combinar los valores medievales, conceptos como la jerarquía y la virilidad, con el progreso científico; los arquetipos con el prometeísmo tecnológico. Este paso sería posible por dos razones que se deducen de las propias páginas de Dioses y Poderes: la reconquista de Europa mediante un conflicto de enormes proporciones que deberá implicar a todo el continente, y el renacimiento de la figura del revolucionario. Según Faye, la modernidad está llegando a su fin y con ella sus fetiches liberales y humanitarios. Nuestra época no terminaría con una civilización liberal dirigida por un Estado universal, la aldea global profetizada por MacLuhan, sino que abriría una fase en la que los pueblos y las identidades étnicas estarían en competencia: "Los pueblos victoriosos serán los que permanezcan fieles a los valores y realidades ancestrales -que son culturales, éticos, sociales y espirituales- o vuelvan a ellos, y que al mismo tiempo dominarán la tecnociencia. El siglo XXI será el siglo en el que la civilización europea, a la vez prometeica y trágica, sufrirá una metamorfosis o se dirigirá hacia un declive irremediable. Éste sería entonces el momento de retomar los antiguos valores, aunque sin intentar reintroducirlos al pie de la letra, ya que se han modificado a lo largo de los siglos, y esto podría hacerse bajo el doble signo de Marte, el dios de la guerra, y de Hefesto, el dios que forja las espadas, el señor de la tecnología de los fuegos ctónicos.

Y éste es el otro punto. Para Faye, la idea de la revolución, abandonada por los intelectuales progresistas que ahora se ven reducidos a guardianes del poder, no sería ni siquiera la que plantean los intelectuales de derechas, cuyas acciones parecen acabar siempre en poses estéticas. La figura del rebelde, más o menos según el modelo de Dominique Venner, que se suicidó en la catedral de Notre-Dame en 2013, les parece inútil. El rebelde aspira a ser una minoría, perdido en el sueño literario, colmado por el autoexilio y nunca dispuesto a luchar. Intelectuales como Cioran, Debord o Baudrillard (a los que define como "rebeldes pesimistas"), o como Céline, Jean Mabire y Venner ("rebeldes alegres") retrocederían ante la idea malsana de que sólo tienen que sembrar.

Faye los equipara con simuladores de disidencia, funcionales a un neototalitarismo que necesita y casi alimenta a estos falsos competidores. Por eso espera la entrada en escena del revolucionario que -a diferencia del rebelde- considera las ideas como medios y no como fines, que por lo tanto sólo tienen veracidad si se subordinan a su eficacia. Y en el terreno, sólo identifica dos proyectos revolucionarios, ambos arqueofuturistas pero incompatibles: el musulmán (el "partisano" sin fronteras, citando a Schmitt) que tiene como objetivo la conquista planetaria y con el mismo papel que el revolucionario marxista del siglo XX, y el que trabaja por la reconquista europea.

Al final, incluso en un marco analítico rico en estímulos y provocaciones, quedan algunos nudos sin resolver. En primer lugar, no está claro cómo es posible, en la más banal ordinariez de nuestras vidas, conciliar las instancias arquetípicas, los valores anticuados y el prometeísmo de la civilización técnica. En segundo lugar, ¿por qué una sociedad global y masificada, que se ha rendido al conformismo, debería girar repentinamente sobre sus bases? Y por último: ¿de dónde debe salir esta nueva figura de un revolucionario?

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