La metástasis islamista
Islam y barbarie: lo peor está por venir
La muerte reservada a los apóstatas es una obligación para todos los musulmanes que actúan de acuerdo a la Sharia.
GUILLAUME FAYE
El surgimiento de ese monstruo político, militar y religioso que es el Estado Islámico en Siria y en Irak (el llamado Califato o “Daesch” en árabe) no es más que el último episodio de una ofensiva en todo el mundo de un Islam que vuelve a sus orígenes, que regresa para mejor progresar. Al igual que las erupciones solares y los volcanes dormidos, el Islam (sobre todo sunita, es decir original) ha entrado en una fase de despertar, es decir de vuelta a su verdadera naturaleza que es totalitaria, conquistadora, intolerante y violenta.
¿Verdadero o falso Islam?
En todas partes la tensión sube: jóvenes franceses fanatizados se enrolan en las filas del Estado Islámico, ataques de Hamas en Israel, talibanes afganos cometiendo atentados, masacres de no musulmanes perpetrados en Nigeria y en Kenia, caos terrorista diario en Bagdad, bandas armadas que asolan a Libia y al África sahariana, etc… La lista es interminable. El 90 % de las guerras civiles, enfrentamientos armados y atentados terroristas en el mundo tienen como denominador común al Islam. ¿Simple coincidencia?
Frente a esas atrocidades (sobre todo las del EI), a esa barbarie sin nombre, a este salvajismo bestial, hay que hacerse algunas preguntas. No basta con decir: “Todo esto se comete en nombre del Islam, pero… ¡no es el Islam, no el verdadero Islam!”, según la versión oficial políticamente correcta incesantemente repetida. ¿Quién se puede creer eso?
Imaginemos que se masacra masivamente a gente en el mundo, que se fomente a gran escala guerras civiles en nombre del budismo, del cristianismo, del judaísmo, del taoísmo o de cualquier otro “ismo”. Nos haríamos legítimamente algunas preguntas. ¿O no? Se asesina, se mata, se masacra, se tortura, se saquea, se incendia, se destruye, se viola, se ponen bombas, en breve: se hace correr la sangre a chorros… en nombre de Alá el misericordioso y de su simpático profeta, ¿y no habría ninguna relación de causa a efecto? Es cuanto menos extraño y singular, ¿verdad?
Hay que acabar con esta gigantesca hipocresía del “¡No se trata del verdadero Islam!” Pues se trata en realidad del retorno del verdadero Islam, tal como fue practicado en sus orígenes por Mahoma y sus sucesores. Esta increíble indulgencia, cegada por la ingenuidad de las élites occidentales hacia esos crímenes perpetrados en nombre del Islam (en realidad: por el Islam) se parece, en peor, a la indulgencia que se manifestó en su tiempo por los crímenes masivos del comunismo estaliniano, maoísta, albanés, camboyano… No era el comunismo el culpable, sino que era una “deriva”… Siempre el mismo sofisma.
Como está demostrado más allá de toda duda, las violencias y las ejecuciones sanguinarias, las masacres de poblaciones civiles consideradas infieles, entre ellas los chiítas, la muerte reservada a los apóstatas, los saqueos, etc., son una obligación para todos los musulmanes que actúan de acuerdo a la Sharia. Las crucifixiones, practicadas a diario por el Califato en Siria e Irak corresponden plenamente a un castigo perfectamente en regla con el Islam (Sura 5, versículo 33). Muchos otros versículos abundan en esa dirección.
Debilidad intrínseca del Islam “moderado”
Existen en sectores de la opinión pública esclarecida y culta de distintos países musulmanes fracciones de la población que rechazan horrorizados el Islam radical. Pero es el árbol que esconde el bosque. Ciertamente, los musulmanes luchan entre sí y existen muchos “musulmanes moderados” antiislamistas. En Egipto, el mariscal presidente Abdel Fattah al-Sissi está erradicando a los Hermanos Musulmanes. Los regímenes de varios países musulmanes luchan contra el islamismo. Estas observaciones deben ser matizadas por dos hechos: en primer lugar, hay vuelcos de situación totalmente espectaculares, como por ejemplo los militares iraquíes del antiguo ejército de Sadam Husein, salidos del partido laico Baas, que ahora forman los cuadros del ejército fanatizado del Califato, el Estado Islámico en Siria e Irak. Después, en todo el mundo musulmán y hasta en Francia, se asiste a una subida de la radicalización extremadamente preocupante. En silencio se aprueban las bárbaras brutalidades del Califato, o incluso cada vez más abiertamente. Es el síndrome del estadio de fútbol: los jugadores son pocos, pero en las tribunas los hinchas son innumerables.
Y no hablemos del doble juego de Arabia Saudita y del régimen turco del sátrapa Erdogan. Los regímenes que luchan contra el islamismo y sus facciones terroristas no lo hacen por convicción ni por ideal, sino para preservar su poder de casta en la cumbre del Estado. Los que están a su mando pueden fácilmente volverse en contra en cualquier momento.
Las razones de este fácil vuelco de los espíritus y de la radicalización se encuentran en la propia naturaleza del Islam, en el corazón del Corán. Se puede perfectamente tener una interpretación violenta y fanática del cristianismo. Ese fue, hasta la Inquisición, a veces el caso en la historia, aunque muy raramente. Pero es imposible encontrar el en Nuevo Testamento textos que incitan a la violencia y a la intolerancia. Estas interpretaciones del cristianismo son fácilmente recusables y asimilables a unas derivas cismáticas. Pasa lo contrario con el Islam en que la interpretación tolerante es lo que puede ser acusado de cismático.
En efecto, el Corán y los hádices y la jurisprudencia desde hace siglos validan explícitamente la intolerancia y la violencia. Luego, no hay distancia entre los comportamientos bárbaros a los que asistimos y la enseñanza religiosa y su prolongación jurídica. La cristiana pakistaní Asia Bibi (que está en el “pasillo de la muerte”), acusada sin pruebas de blasfemias por los tribunales oficiales de su país miembro de la ONU, no parece conmover a los Occidentales. Todos los países que aplican poco o mucho la ley islámica, violan permanentemente la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero preferimos diabolizar a Putin o a los israelíes.
Extensión del terreno de las metástasis
Con el nacimiento de este Califato EI, acabamos de asistir a un precedente extremadamente grave con un fuerte poder de fascinación sobre todo el mundo musulmán. El EI dispone de un vasto territorio, de un ejército y de enormes recursos económicos. Aunque acabara por ser vencido (no es cosa segura) hace soñar, da ejemplo, concita la admiración y atrae a numerosos voluntarios de todo el mundo. La responsabilidad norteamericana es aplastante con la diplomacia y el belicismo infantiles de Washington que han incendiado al Próximo Oriente desde el año 2003. Pero sin todo eso, el caos también hubiera acabado por instalarse en la región.
Podemos apostar, sin arriesgarnos a equivocarnos, que los movimientos armados como el Estado Islámico se van a multiplicar en todas partes como metástasis. Eso ya ha empezado. Pero lo más inquietante, es que Estados como Pakistán (que dispone de un arsenal nuclear) pueden radicalizarse. El siglo XXI será inevitablemente el siglo del enfrentamiento global con el Islam.
Es muy difícil y poco creíble el explicar a un musulmán o a un converso que no hay que tomar al pie de la letra las numerosas suras del Corán que llaman explícitamente a la yihad, sino que hay que “reinterpretarlas” en un sentido humanista. El problema del Islam es que todo está en su genética, en su software fundador, en su ADN. Su mensaje, su ideología, son muy claros y su dinámica expansiva también. En historia ocurre como en química celular: hay programas.
En Europa Occidental, y particularmente en Francia, la agitación del Próximo Oriente va a tener ineludiblemente efectos de radicalización sobre una población joven musulmana en pleno crecimiento demográfico. Este fenómeno tendrá dos consecuencias: las reivindicaciones de islamización de trozos enteros de territorio con la capitulación de las autoridades (en eso estamos ya), y la multiplicación de disturbios, de violencias, de actos terroristas. Todavía no hemos visto nada en comparación de lo que está por venir. Por lo menos, esas hipótesis más que probables provocarán un despertar de los europeos y su toma de consciencia de que son agredidos en su propia tierra.
Amenazas en Francia
Las autoridades blandas que nos gobiernan en Francia han puesto en marcha mecanismos de “vigilancia” para detectar a los jóvenes que caen en el fanatismo islamista. Cerca de 2.000 (entre ellos muchos conversos) han ido a combatir en Siria, o mejor dicho a perpetrar masacres. Se hace otro tanto, sin éxito, en las prisiones, para contrarrestar el proselitismo (el 60 % de los internos son musulmanes) donde las propagandas se intensifica, paralelamente con Internet. Pero nos ocupamos de la consecuencia, no de la causa. La causa, es el Islam y su enseñanza literal.
Los barrios de la inmigración son explosivos. Se perfilan guerras civiles en el horizonte. El salafismo se propaga en las “banlieues” con el apoyo de algunas mezquitas. Por cada red fundamentalista desmantelada, surgen decenas más. La radicalización islámica se propaga en las cárceles, ya que Islam y delincuencia hacen una buena pareja. Y teniendo en cuenta la impunidad judicial actualmente vigente, la represión del Estado francés es poco menos que la picadura de un mosquito.
Pero la islamización de Francia cuenta con sus colaboradores, pagados o ad honorem, no sólo en la izquierda que coquetea con el movimiento terrorista Hamás y quiere reconocer unilateralmente el Estado palestino, sino también a esa derecha que sólo reconoce tener dos enemigos: la “islamofobia” y el Front National. Sin comentarios.
El problema es el siguiente: en los programas de TV, en todos los medios, nos repiten que hay que distinguir entre “islamismo” e “Islam”. Las autoridades musulmanas, gobernadas por la hipocresía, van evidentemente en ese sentido, frotándose las manos.
Regreso a la realidad: el barril de pólvora
Según René Marchand, islamólogo y arabófono, la religión mahometana representa la forma más perfecta de totalitarismo, mucho antes que los movimientos políticos del mismo género del siglo XX. Esta palabra (totalitarismo) no debe ser considerada de manera peyorativa, sino descriptiva. Para los musulmanes, la fe se confunde con la ley. La existencia privada, la vida cívica y política, la vida religiosa, se fusionan en una totalidad. El pensamiento personal no tiene ni libertad ni autonomía según las prescripciones coránicas. El objetivo es la homogeneización de la humanidad en un corsé de sumisión uniforme, autoria, que excluye toda libertad y creatividad. Es por ello que esta visión del mundo, a la vez violenta, intolerante y simplificadora, ha seducido en Europa a una cierta extrema izquierda porque representa (de manera aún más radical) similitudes con el totalitarismo comunista marxista.
El Islam es un barril de pólvora bajo nuestros pies occidentales. En Francia la mecha está incluso encendida. A causa de una inmigración masiva, millones de musulmanes residentes en Europa, y en Francia en particular, están bajo la influencia de un Islam cada día más hostil y agresivo. Los cristianos de Siria y de Irak, perseguidos y lúcidos, nos advierten con su tragedia acerca de lo que nos podría ocurrir si persistimos en nuestra ceguera y nuestra inconsciencia.
No hay una “lectura guerrera del Corán”, únicamente hay una lectura del Corán y punto. El Corán es un texto simple, claro y directo, que no se presta a ninguna interpretación turbia o rebuscada. Salvo que se reniegue a sí mismo, el Islam no puede someterse a ninguna autocrítica. Debe vencer totalmente, someter o desaparecer. Su poder es su voluntad inquebrantable y su memoria. Su debilidad (al igual que la del comunismo) es que acaba por asquear hasta a sus propios adeptos cuando es aplicado y se impone.
Guillaume Faye