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  • Existe temor, pero se niega una eventual guerra étnica. La Colonización de Europa

     

    " Todo va bien, no habrá guerra civil, el Estado lo tiene todo en sus manos". Tal es el discurso oficial implícito. Aquellos que lo sostienen no han sido evidentemente jamás atacados de noche o en un tren, jamás asistieron al saqueo de un supermercado, jamás vieron una horda étnica; son los periodistas-espectáculo o los políticos. El tabú se formula así: "sobre todo, no evocar la amenaza de una guerra civil étnica". Si no, a uno se lo asimila a un profeta de la desgracia, a un provocador de la violencia. Nadie debe contravenir el tabú del optimismo oficial respecto del pretendido control de la violencia étnica. 

    Los medios tienen el orden de minimizar, o de no decir nada de los tumultos y de las incursiones. Jamás la televisión mostró los bosques de banderas algerianas y de eslóganes escritos en Árabe en las circunscripciones de los suburbios (como durante el "festival" del mundial de 1998). Tampoco nunca ninguna fotografía o film sobre los numerosos graffiti del tipo: " Los Árabes enculan a Francia ". Se trata de disimular todo signo de hostilidad. El fuego deja rescoldos, pero dormid en paz, bravos palurdos, no habrá incendio. Aquellos que piensan lo contrario desarrollarán fantasías vergonzosas, siendo una cuestión de la psiquiatría o de la provocación.     

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    Por tanto, se llega a un punto en que la izquierda "antirracista" misma, que teme esta amenaza, comienza a entrar en pánico ante las consecuencias de su propia laxitud. El trotskista Julien Dray, al cargo de la política del consejo regional de Ile-de-France, afirmó en una entrevista: " Es urgente tener en cuenta hasta qué punto dos mundos están en camino de construirse paralelamente. Hay urgencia, hace falta actuar muy rápido, si no se puede pagar caro en los años venideros. Las armas de fuego saldrán". Y ya empiezan a salir. Cada vez más frecuentemente, las armas de fuego, de caza o de guerra, son empleadas en los actos delictivos. Lo cual prueba, en las ciudades, la existencia de arsenales. Recientemente, el Estado ha exigido que todos los poseedores de armas de caza las declararan. Se trata de disuadir a los Europeos de utilizar fusiles en caso de tumultos, de incursiones, de guerra en las calles o de agresiones. Por supuesto, los Beurs-Blancs de las ciudades de inmigrantes no declaran jamás sus armas. Todo sucede como si se quisiera desarmar a los Europeos, creyendo que esta medida chapucera impedirá la guerra civil. Simplemente se arriesga con ella a favorecer la victoria de los instigadores sobre el terreno.     

    El Estado mismo no excluye la hipótesis de una guerra civil étnica mientras lo exorciza. Estas simulaciones de disturbios a gran escala, simultáneas a lo largo de todo el territorio, han sido emprendidos, con la implicación de la policía y de la gendarmería, e incluso del ejército. Comienza la preocupación respecto del éxodo de las poblaciones europeas (socialmente favorecidas) desde las zonas donde la proporción de inmigrantes y de sus perjuicios sobrepasan cierto nivel. Después de 1994, según el último censo del INSEE (Instituto nacional de las estadísticas y los estudios económicos) 500.000 personas dejaron Ile-de-France y el mismo fenómeno comienza a notarse en las conurbaciones de Marsella, Lyón y Lille (20000 Europeos abandonan cada año Marsella). El ministerio de interior sabe muy bien que la partición territorial ha comenzado. Pero que nadie a se le ocurra abrir la boca...

    Los poderes públicos no ignoran que la delincuencia afro-magrebí representa en las grandes aglomeraciones entre el 50% y el 70% de la criminalidad general y se atribuye como causa del 90% de las agresiones violentas contra personas y bienes. Y uno se imagina que faltan hechos, que se atenúan o se hacer desaparecer. Vieja táctica del exorcismo social: creyendo que no nombrándolas, se van abolir las cosas. El Estado rehuye comunicar las estadísticas establecidas en términos de origen étnico; la prensa minimiza o obvia los disturbios (2 por semana en Francia en 1998 constatadas por la A.F.P., pero raramente con repercusión mediática) como las agresiones y crímenes racistas contra los Blancos. Se habla de "jóvenes" en un lenguaje almidonado, para no asustar a la población, como si se tratase de un problema socioeconómico o cultural de conflictos de generaciones. Se intenta hacer pasar un conflicto étnico-racial por un conflicto generacional. O, si procede, por un conflicto socio-económico.   


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    Pierre Vial escribió: " Se asiste asimismo a los preliminares de una guerra étnica  " (en Guera étnica, la amenaza, articulo aparecido en Terra et Peuple en otoño de 1999). En este artículo, cita la conclusión alarmista del todavía muy políticamente correcto Progrés de Lyon, luego de una ocupación sangrienta cometida en Saint-Etienne: " Esta auténtica guerrilla urbana ha devenido hoy moneda en curso. " Incluso los medios bien-pensantes no pueden impedir levantar un poco el velo.

    Muchos altos funcionarios, que son bastante más informadores, me señalaron que la principal preocupación del Ministerio de Interior después de 1995 es el de evitar que la delincuencia no se torne guerra civil, de reflexionar qué se puede hacer para enfrentar y sobre todo evitar que los franceses no crean en esta posibilidad para que no lo creen ellos mismos.

    El Estado no tiene el coraje de afrontar una tal guerra civil étnica. Por medio de una política chapucera, intenta comprar la calma de las "poblaciones peligrosas"

    Ellos saben que las ciudades incontrolables y las zonas de no-derecho sobrepasaron los 200 aproximadamente al comienzo del decenio hasta 1200 aproximadamente en 1999. Saben que, como al comienzo de la guerra de Algeria, el engranaje está colocado y comienza a rodar a toda velocidad. Pero esperan poder detener el curso del destino a través de las viejas recetas financieras o de políticas de "reorganización de las fuerzas del orden", como si fuera una cirugía sobre una pierna de madera.

    En realidad, esta generación que nos gobierna, la mía, la del baby-boom y del Mayo del 68, sumida en una ideología incorregiblemente conciliadora rechaza la idea misma de conflicto. Las nociones de enfrentamiento y de urgencia les son insoportables. Pero saben, en el fondo de sí mismos, que no pueden escapar a ellos.

  • La supuesta sed de integración de los "jovenes". La Colinización de Europa

    Los jóvenes inmigrantes serían las víctimas, no solamente de discriminaciones raciales, pero de un rechazo hacia sus "diferencias" por parte de una sociedad intolerante y, seguramente, de la crisis económica. Esta falsa afirmación, como las otras, no se resiste a un análisis.

    Las jóvenes generaciones afro-magrebís son mucho más violentos que sus mayores, quieren llegar a las manos. Esto constituye el fracaso total de la integración. Le Monde (20/05/1999) remarca que los jóvenes de 16 a 25 años son incluso más violentos que aquellos de 30. El pretexto de los tumultos se hace referir siempre el arresto, a las lesiones o muerte de un delincuente, luego de sus propias agresiones. Se trata siempre del pretexto mínimo, o la ausencia de pretexto legítimo respecto de los actos de violencia, es decir, hechos de guerra civil étnica. Los agresores se posicionan como víctimas; camuflan sus ataques en defensa. Como lo destacó el General Leborgne, la guerra comporta una importante dimensión lúdica, aquello que Konrad Lorenz percibió también, luego de Sorel y de Proud´hon. Los acosos de las bandas de jóvenes inmigrantes no se corresponden nada a la criminalidad o a la desesperación o a una "llamada al socorro" hacia una sociedad discriminatoria, pero de un juego de guerra (¿Y qué es la guerra sino la forma suprema de juego?), de una provocación hacia un enemigo que tarda en confesarse como tal.

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    La clase intelectual-mediática explica generalmente el incremento de la criminalidad de los inmigrantes y los problemas generales ligados a la inmigración por el racismo de los Franceses de origen. Las propuestas del etnólogo Frédéric Saumade son a este respecto piezas antológicas (fue entrevistado por Le Monde, el 20/05/1999). Intentaba con tesón explicar las explosiones de violencia étnica que devastan las ciudades de Camargue, después de 1995 como " la cohabitación de una burguesía local de pequeños comercios y de la pequeña propiedad básicamente, y un subproletariado de origen magrebí ".    

    El "etnólogo" completa esta descripción marxistoide por medio de la consideración siguiente: " Frecuentemente estos pequeños burgueses son de origen español o italiano de segunda o tercera generación. Son los más virulentos cuando denuncian los "delitos menores de los Árabes" mientras ellos o sus padres han sido objeto de los mismos desprecios que los Árabes hoy en día ".

    La confusión es total. Se destaca primero el desprecio hacia estos "pequeños-burgueses", resumiendo, de los "pequeños-blancos". Justo después, se les hace culpables e implícitamente racistas por "denunciar los delitos de los Árabes". ¿Y si estos delitos son reales, como atestiguan todos los reportajes de Le Monde? ¿Hace falta, por tanto, callarse porque de hecho sean "árabes"? Denunciar los susodichos delitos, ¿Es esto "Despreciar" a sus autores, según Saumade? Otra tontería: los inmigrantes españoles o italianos habrían, ellos también, sido "despreciados", excluidos como se dice. Entonces ¿Por qué han tenido éxito en la integración y los magrebís fracasaron? Esta mentira es machaconamente repetida en todo los medios.

    Hace falta restaurar la verdad: los inmigrantes de otros países de Europa no han tenido jamás dificultades de integración porque no eligieron voluntariamente una actitud antisocial o de conflicto étnico, como hacen las nuevas generaciones de inmigrantes magrebís. Por otro lado, los Magrebís constituirían un desgraciado "subproletariado" según los numerosos análisis del diario Le Monde, este órgano de propaganda que tuvo éxito luego de cuarenta años de hacerse pasar por un órgano de información. Las cifras contradicen estas afirmaciones: el 90 % de la gente que vive en la calle, de los sin techo, son europeos según las estadísticas del Secours catholique y de l'Armée du Salut. Son éstos los que son víctimas de un verídico "racismo social" no los inmigrantes.

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    La política consecuente ha sido siempre el de practicar una relativa impunidad hacia los descontrolados magrebís, de recompensarlos de alguna forma y practicando costosas políticas de inserción que terminan de hecho reconfortando a los jefes de banda locales, quienes se sienten más incentivados aún hacia la delincuencia.

    Hace falta dar la vuelta a todas las afirmaciones: no solamente la integración a través de un contrato social "republicano" avalado por la legalidad del Estado de derecho es una contradicción en sí misma, por razones ideológicas, sino que incluso los diferentes intereses no son capaces de facilitar esta integración socio-económica, a pesar de las ayudas y los numerosos favores. Ellos se saben globalmente incapaces de una prosperidad social basado en el mérito, la competitividad o basado en el esfuerzo en la sociedad. Su sola escapatoria es entonces la de la delincuencia pensada como enfrentamiento étnico. La sed de integración de los jóvenes beurs según la fórmula de Le Monde es una leyenda.

    Añadamos que se sienten perfectamente integrados en su contracultura y su contra-sociedad hostil en expansión. Éstos últimos son una mezcla de economía criminal, de acoso hacia todo representante o símbolo de la cosa pública, de rap violento, de raï y de una mezcla de referencias de emblemas afro-americanos de ghettos y de la cultura araboislámica expansiva.

    Se encuentran dos actitudes: aquella de los negros beurs de los suburbios que, como en los Estados Unidos, vienen a beneficiarse del sistema económico sin participar en el sistema social, deseando el mantenimiento de sus ghettos y de sus zonas de no-derecho como bases de retaguardia en extensión continua, de manera que pueden recurrir a parcelas territoriales de tipo neofeudal; y la actitud de las élites musulmanas cínicas y lúcidas que, lejos de integrarse en la República, desean todos simplemente islamizar Francia y se felicitan por la criminalidad de los "jóvenes".  

    Se alegran por dos razones: primero porque repiten el argumento (totalmente falaz) siguiente:" Dejen al islam instalarse y así la criminalidad de nuestros jóvenes cesará porque los tendremos en nuestras manos" La segunda razón que consiste un poco en jugar con el fuego y que se puede volver en su contra, es la de que las coacciones y exigencias de los inmigrantes asustan a los autóctonos y las autoridades, que ceden al miedo y rehuyen el enfrentamiento, entregando sin cesar nuevas facilidades a sus comunidades. En realidad, los intereses y las posiciones de los jóvenes afro-magrebís y de las élites musulmanas presentes sobre el territorio como "quinta colonia" se articulan muy bien entre si, sin necesidad de concertación.

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    Respecto del mito del paro y de la miseria económica de los inmigrantes, se pronuncian lapsus de interés.

    Jean-Émile Vié, antiguo prefecto regional, consejero principal honorario para el Tribunal de Cuentas, escribió en un artículo del Figaro (5/03/1999) titulado Una inseguridad insoportable: "Hoy, hace falta actuar con urgencia para evitar la constitución de milicias privadas y, al final, la guerra civil". Aunque audaz, se esfuerza en permanecer políticamente correcto. Él atribuye una de las principales causes de esta subcriminalidad al paro. No obstante, destruye su propio argumento añadiendo: " Nuestro país ha conocido, sin embargo, antes de la guerra una crisis económica grave, que no arrastró un incremento espectacular de la inseguridad, del mismo modo que durante esa época el paro carecía de indemnizaciones". Es cierto que yendo un poco más lejos, reconoce igualmente: "Pero otras causas son voluntariamente ignoradas o subestimadas. Este es el caso de la inmigración descontrolada. Esto no demuestra el racismo, sino que sirve para constatar que el paro y la delincuencia son más acentuados en el caso de los inmigrantes".  

    En realidad el paro no es en absoluto la causa de la subdelincuencia de los inmigrantes, y mucho menos lo es su supuesta precariedad económica. Las causas étnicas son ocultadas por el sistema.

     Guillaume Faye