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  • Romper el termómetro para no conocer el problema, Un trabajo de desinformación

    En estos momentos le resulta imposible al gobierno conocer exactamente el número de no europeos presentes en Francia ya que ha roto el termómetro: los servicios estadísticos no tienen el derecho de formular preguntas sobre los orígenes de los habitantes. La característica de una época de declive es enmascarar precisamente ese declive, censurar a los que anuncian la catástrofe. O bien negar las cifras -lo que ya no es posible-, o bien, de manera cada vez más frecuente, se pretende que este maelström étnico y demográfico no es peligroso, que provoca miedos injustificados, "fantasmas". Por dejadez intelectualista, se niega la realidad, o más bien sus consecuencias.

    "Los psiquiatras coinciden en estimar que se tiene miedo de aquello que no se conoce" escribe Véziane de Vézin (La Figaró, 01/04/1999). Lo que, en realidad, hacen esos psiquiatras es exorcizar la realidad; hasta el momento en que lo real atrape a todo el mundo. La misma Véziane de Vézin deplora las "imposibilidades fijadas por el INSEE para conocer exactamente el origen de las personas en el curso de los censos".

    La doctrina oficial es pues que el gobierno y sobre todo el pueblo no deben conocer las cifras reales de la inmigración ni la amplitud de la colonización étnica. Desgraciadamente para ellos, el espectáculo de la calle, de la salida de las escuelas, de las tasas de criminalidad entre los inmigrantes informa al pueblo mucho de manera mucho más certera que las intenciones tranquilizadoras de la clase político-mediática. Esta susurra: "Controlamos la situación. La policía vigila. La integración se produce, por las buenas o por las malas, pero se produce. Todo va bien. Los flujos están controlados". Desgraciadamente, todo esto es falso. Una colonización salvaje está en curso. Estamos en Roma en el siglo III y no lo sabemos aún. En el curso del censo de población de 1999, el INSEE ha optado por excluir a los inmigrantes.Fue excluido del formulario de preguntas la relativa al origen étnico y a la religión. Se contentaron con una "encuesta asociada", sobre el origen de los padres sondeando solamente a una persona sobre cien y por departamento. Max Clos escribía en Le Figaro (05/03/1999): "Un sociólogo ha explicado que atraer la atención sobre los caracteres étnicos o religiosos de una ciudad corre el riesgo de provocar reacciones racistas. La población podría están tentada de relacionar la población de origen magrebí o africano con la inseguridad". Como si "la población" no se diera cuenta por sí misma de la realidad que corre en las calles… Otro bonito ejemplo del desprecio hacia el pueblo y del desprecio a la famosa transparencia democrática por el poder.

    Para que el enfermo no conozca si está con fiebre se opta por romper el termómetro. Ya que el poder niega que la inmigración sea un cataclismo social y sea en realidad una colonización de población, hace como si la inmigración no existiera. Esta maquinación sería incomprensible en los países anglosajones, donde no existe tal tabú étnico y donde todos los censos precisan cuidadosamente el origen nacional y racial y la pertenencia religiosa de los individuos.

    Michèle Tribalat, director de investigaciones del Instituto Nacional de Estudios Demográficos, que protestaba contra esta censura, se ha visto acusado de "deriva extremista" porque pensaba que era necesario conocer el número aproximado de magrebís y africanos que viven en Francia. Explicaba ingenuamente, a pesar de no tener nada de cripto-fascista, que "sin embargo, es el único medio de poder aprehender los guetos en algunos barrios, poder estudiar las eventuales discriminaciones en el empleo o en cualquier otra actividad". Bueno… esta alma cándida anti-racista termina siendo considerado como racista simplemente porque quiere "saber".

    Hervé Le Bras, demógrafo próximo a Claude Allègre ha acusado al FINED de "deriva derechista", mientras que el Instituto está formado notoriamente por investigadores de izquierda. Ha denunciado "un riesgo de discriminación en el censo si se tienen en cuenta los orígenes étnicos". La falsa moral se superpone siempre a la realidad.

    Una colonización "por lo bajo", muy diferente del antiguo colonialismo europeo

    No soy yo quien ha inventado el término "colonización", diciendo que no se trata de una inmigración en el sentido clásico sino de una ocupación definitiva de nuestro suelo por masas que se desplazan por razones económicas pero también por motivos políticos y étnicos de conquista. Existen analistas lúcidos que perciben el problema. Jean-Claude Barreau, por ejemplo (en De l'islam et du monde moderne y La France va-t-elle disparaître?) recuerda que todos estos inmigrantes, legales o clandestinos, que llegan a Europa y se reproducen conservan sus costumbres, su religión, su lengua y la memoria histórica, "no son inmigrantes sino colonos". Christian Jelen en Les casseurs de la République mantiene el mismo planteamiento. Ninguno, desgraciadamente aborda el problema absolutamente central del "caos étnico", mucho más importante que el del "consenso republicano", del que hablaré en uno de los capítulos de este ensayo. Pero, finalmente, algunos tienen el valor de dar la voz de alarma: nos están colonizando. Thierry Desjardin, amigo de Chirac, poco sospechoso de racismo, escribía en su Lettre au Président à propos de l'immigration, que fue cuidadosamente ocultada por los medios de comunicación de masas bienpensantes: "Este "jodido" problema va a ser el problema esencial de los próximos años, no hay que hacerse muchas ilusiones: hay decenas de millones de pobres gentes en el Tercer Mundo que van a preferir correr el riesgo de venir a nuestra casa antes que morirse de hambre en la suya".

    Frente a este problema, los partidos mayoritarios han propuesto "ayudar" a los países exportadores de inmigrantes para que estén en condiciones de retenerlos en su territorio. ¡Aquí está la contradicción!: para regular los flujos migratorios, algunos bienpensantes proponen utilizar el arma económica del neocoloniamo, que ellos denostaban hace algunos años.

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    Retorno del garrote: Europa está en estos momentos colonizada por aquellos que ella había colonizado antes. Pero las dos colonizaciones son de una naturaleza diametralmente opuesta. El colonialismo europeo era una "colonización por lo alto"; nuestra colonización por el Tercer Mundo es una "colonización por lo bajo". El colonialismo europeo había sido una empresa de civilización, la colonización de Europa es una empresa de descivilización.

    Es preciso inicialmente acabar con el sacrosanto cliché según el cual el colonialismo europeo habría sido un "pillaje", un pecado histórico, una empresa de destrucción de "culturas eminentes", etc. En realidad, el colonialismo europeo ha sido beneficioso para el Tercer Mundo y su balance ha sido negativo para Europa.

    Con esa ligereza y ese angelismo propio de la mentalidad europea, acentuados por la mística del Progreso y de la Misión Civilizadora, como Prometeo hemos dado el fuego a pueblos que no lo poseían. No hemos destruido en absoluto culturas tal como pretenden los defensores, en el fondo rousseaunianos y adeptos al mito del buen salvaje y del etnopluralismo, sean de izquierdas o de derechas. Tras el paso de los europeos, las culturas árabes, indias, chinas, africanas, etc. ¿han sido arrasadas? En absoluto. Siguen siendo vivaces y mucho menos occidentalizadas y americanizadas que las desgraciadas culturas europeas.

    El colonialismo europeo no nos ha reportado ningún beneficio económico en relación a sus costes. Se ha hablado de "pillaje", de explotación de sus materias primas: pero estos pueblos eran incapaces técnicamente de explotarlas ellos mismos. Hoy, por ejemplo, las royalties giradas a todos los países petroleros del Tercer Mundo descansan completamente sobre la capacidad, el trabajo, las inversiones de europeos y americanos. Lo que les ofrecemos es una renta.

    De forma general, la pauperización de los países del Sur no es una consecuencia del colonialismo o del neocolonialismo sino de su inmensa incapacidad para asumir su destino, incluso cuando poseen inmensas fuentes de recursos naturales. En otro tiempo llegué a pensar que el colonialismo europeo era cínicamente responsable, a causa de una tendencia al beneficio y a la explotación, de la depauperación del Tercer Mundo. Era una visión intelectualista que he abandonado.

    El colonialismo ha girado contra nosotros como un boomerang. Hemos fallado, no por afán de lucro, sino por ingenuidad, universalismo, por exceso de generosidad más planteada, queriendo exporta por todas partes nuestra civilización hacia pueblos que no podían adoptarla. Ofreciendo nuestras técnicas sanitaria, hemos logrado que descendiera la tasa de mortalidad y hemos conseguido que la demografía de esos países estallara. Hemos aportado nuestras tecnologías, les hemos construido sus infraestructuras. Fue un grave error que hoy estamos pagando. Volveré más adelante sobre este punto: el error del europeo es ese gusto por las donaciones que se explica a la vez mediante la ideología caritativa cristiana y por su naturaleza propio del ingenuo que no alberga desconfianza. Los antiguos pueblos colonizados, con raras excepciones, nunca han realizado ningún reconocimiento a las aportaciones del colonialismo europeo.

    El interés puesto por los franceses en Argelia, por ejemplo, no estaba motivada por un deseo de explotación ("hacer sudar al burnous"), sino por la ingenua voluntad de "exportar la civilización". El Bachaga Boualem lo ha reconocido. Escuelas, dispensarios, maternidades, cultivos de amplios territorios agrícolas que los indígenas eran incapaces de explotar, infraestructuras: todas estas difíciles empresas no sólo no han destruido la cultura de estos pueblos, sino que les han puesto el pie en el estribo, han dinamizado su demografía y les han dado acceso a la técnica europea. Hoy, los graves desórdenes que agitan Argelia se deben únicamente a su propia responsabilidad. Este país, como tantos otros, es constantemente asistido financieramente por Europa, de la misma forma que alegremente asistimos económicamente a la comunidad argelina instalada en Francia. De todos estos países afro-magrebíes que hemos tenido la desgracia de colonizar "por lo alto", aquellos a los que hemos aportado más beneficios, no hemos recogido más que resentimiento y odio. Funcionan según la mentalidad de la muerte del padre.

    Y ahora nos colonizan "por lo bajo". Su llegada masiva  es para nosotros un factor global de debilitamiento y servidumbre, mientras que nosotros hemos sido para ellos un factor de reforzamiento a largo plazo. Para nosotros la mala conciencia y la culpabilización, para ellos la buena conciencia y la des-responsabilización.

    Pero los europeos son responsables de los que les sucede. Nos hemos equivocado al creer en una civilización universal y querer convertirlos masivamente a nuestras visiones del mundo. Los romanos cometieron el mismo error. Terminaron por ser sumergidos por aquellos a los que quisieron romanizar. Es la tragedia de todo universalismo. Hoy, pagamos nuestros propios errores: les dejamos invadirnos, creyendo que nos aportarán sus dones, mientras que no nos traen más que sus propios desórdenes. La ligereza prometeica aliada con la caridad cristiana, tal es la tragedia del espíritu europeo. Médicos sin Fronteras, el "derecho de ingerencia", Amnesty International son ilustraciones de esta continuación del catastrófico colonialismo europeo. Se interesan antes por la suerte de los otros que por la suya propia. Se ha olvidado aquel proverbio medieval: "golpea al villano y te ungirá; unge al villano y te golpeará".

    El inmigracionismo de los politicastros

    Más aún que los gobiernos de derechas que, siendo Giscard presidente y Chirac primer ministro, inventaron el catastrófico concepto de "reagrupación familiar", los gobiernos de izquierda dan muestras de un verdadero frenesí inmigracionista. Sin que ningún motivo serio pueda ser invocado, el ministro de Interior, Jean-Pierre Chevènement deseó, en 1999, ¡elevar de 50.000 a 200.000 el número de visados concedidos anualmente para los argelinos¡ Se sabe que en su inmensa mayoría jamás vuelven a residir en su país de origen. Así se organiza a sabiendas el hecho de que Francia se haya convertido en el vertedero de África del Norte.

    El 8 de julio de 1999, el mismo Chevènement, en un decreto discreto, ha facilitado y extendido la reagrupación familias, es decir la llegada a Francia de familias extranjeras para residir.  Incluso Claude Coasguen, una de las figuras de pro de la Democracia Liberal, ha calificado a esta medida de "irresponsable y que suscitará numerosos fraudes", mientras se faciliten las condiciones para obtener una tarjeta de residente. Este diputado parisino prosigue: "Ya han aparecido problemas con los ilegales, nosotros vamos ahora a generar problemas con los extranjeros con papeles" (Le Figaro, 11/07/1999). Además, adoleciendo de falta de medios y de efectivos suplementarios, la Oficina de Migraciones Internacionales se muestra incapaz de controlar seriamente las entradas. Jean-Pierre Chevènement, violando el artículo 45 de la ley que lleva su nombre, rechazó publicar el número de cartas de residencia entregadas a extranjeros en los años 1997 y 1998… empleando una vez más la conocida técnica de romper el termómetro antes que reconocer la existencia de la enfermedad.

    Sin embargo, el Ministerio de Asuntos Sociales ha publicado una cifra: de junio a diciembre de 1997, se ha constatado un alza del 37% de las cartas de residencia entregadas. A los inmigrantes clandestinos, casi inexpulsables se añade el flujo de verdaderas y falsas reagrupaciones familiares, los seudo-refugiados políticos y los flujos de estudiantes. Así, por efecto acumulado de las entradas clandestinas, de las entradas legales y de los nacimientos, la masa de población afro-magrebí (de los que todos los jóvenes resultarán un día naturalizados) crece a considerable velocidad.

    ¿Cuál es la motivación de los socialistas para animar y acelerar esta política suicida? Primeramente el dogma cosmopolita y universalista de la República Francesa, inspirado en el eslogan: "Todo hombre tiene dos patrias, la suya y Francia". Señalemos la ingenua creencia del PS de que los inmigrados serán sus electores y que les permitirán permanecer eternamente en el poder. Mientras que el día en que los inmigrantes voten en masa, lo harán por sus propios partidos y a sus propios líderes, probablemente islamistas.

    Es preciso hablar también de esta especie de vértigo moral que embarga al político de izquierdas: para obtener el marchamo de antirracista y humanista (ya que no quiere ser tildado de social u obrerista y aún menos de "populista"), debe imperativamente favorecer la inmigración. Se aferra al dogma de "la inmigración, una oportunidad para Francia"… ¿Lo sigue creyendo?

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    Hasta los años 70, parecía creer que los inmigrantes no eran más que una mano de obra de apoyo que no permanecería mucho tiempo y "volvería a su país" una vez hubiera hecho algo de fortuna. Raymond Barre inventó la angélica y tecnocrática idea de la "ayuda al retorno". Se les paga para que regresen. Luego, se encuentra interesante la idea de "co-desarrollo": gracias a nuestras ayudas masivas y a nuestros préstamos, creamos empleo en los países exportadores de inmigrantes, a fin de anclarlos allí. Durante el tiempo en el que pertenecí a la Nouvelle Droite sucumbí a esta ilusión. Lamentablemente, la idea del retorno, tanto como la del co-desarrollo, sin impracticables económica y psicológicamente. Primeramente, porque no se puede "ayudar" eternamente, asistir a un país mediante préstamos (jamás reembolsados= para que artificialmente cree empleos; luego porque los inmigrantes no quieren en ningún caso retornos a su país. Piensan como colonizadores en establecer definitivamente a sus familias. La mayoría de los que han percibido las ayudas al retorno han regresado de nuevo a Francia.

    Aprovechan la extraordinaria debilidad de los gobiernos europeos, culpabilizados y acomplejados, para instalarse con toda impunidad. La reagrupación familiar de Giscard es el ejemplo incluso de una medida humanitaria poco reflexiva; y, sin embargo, éste último denunciaba algunos años después en Le Figaro Magazine una "invasión" ¡que él mismo había programado! Ante el revuelo provocado por sus manifestaciones, el antiguo presidente se perdió en confusas justificaciones. Al igual que más tarde Chirac -que, por su parte, había defendido la reagrupación familiar mientras fue Primer ministro- con su famosa frasecita sobre "los ruidos y los olores" de los inmigrantes. Tal pusilanimidad deja perplejos.

    "El gobierno, de hecho, ha abandonado toda pretensión de regular los flujos migratorios, en beneficios de la mera gestión de los recién llegados, aparecidos fuera de cualquier voluntad política", escribe Ivan Rioufol (Le Figaro, 01/04/1999). Sin embargo, en la mayor parte de los países del mundo, las medidas de control de la inmigración son por todas partes mucho más duras que las medidas pretendidamente "fascistas" preconizadas por el Front National. Los inmigrantes no son considerados como colonos definitivos, ni como huéspedes refugiados acogidos en nombre de la religión de los derechos humanos, sino como visitantes provisionales. La mayor parte de los países del mundo consideran que su homogeneidad étnica es su bien más preciado; sus leyes sobre la inmigración no contravienen en nada al derecho internacional público y nadie les acusaría de practicar la "preferencia nacional" y las expulsiones de los clandestinos. Mientras que si un país europeo practicara claramente estas medidas, sería, por una especie de discriminación moral, situado al margen de la humanidad. 

    La derecha, por su parte, copada por el fatalismo y la demagogia, admite las cosas como hechos consumados, algo que para ella resulta una tradición, maquillando las dimisiones como si se tratara de victorias. Charles Pasqua, devolviendo su banda de ministro del interior, se decía partidario en mayo de 1999 de la regularización masiva de clandestinos. François Bayrou, en agosto de 1999 defendía un "nuevo humanismo integral" según la expresión temerosa de la peor de las lenguas de algodón, mientras que Nicolás Sarzoky, recuperando una fórmula de los trotskistas de SOS Racismo, tras hacerse heraldo de una "derecha moderada y generosa", lanzaba la idea de "una Francia multicolor, la de los franceses diversos, múltiples, diferentes". Europa tiene el deber de ser una "tierra de acogida", deber que escapa a los demás pueblos. Armados de mucho más buen sentido que los europeos, los demás países del mundo saben perfectamente que las sociedades multi-etnicas y multi-raciales poseen problemas insuperables. Ante un aumento inquietante de la inmigración asiática, el gobierno de Arabia Saudí "ha reforzado la política de "saudización" de los empleos, que consiste en despedir al 90% de los extranjeros […] y reemplazarlos por saudíes. El sector privado, por su parte, ha sido obligado a seguir esta tendencia. El personal de cada empresa debe comprender más del 80% de suadíes" (Al Quds Al-Arabi, 14/01/1999). Amnesty International no ha tenido nada que decir, como tampoco este editorial del Soleil, diario de Dakar, bajo la pluma de Ousmane Sembé (05/06/1998): "las es expulsiones de clandestinos que viven sobre la carne del país no tienen nada que ver con ningún debate moral, sino sólo con la aplicación de las leyes ". En toda África, negra o magrebí, la inmigración masiva y definitiva es impensable. En la inmensa mayoría de los países musulmanes, la unión de una mahometana con un europeo -incluso sin casamiento- es prácticamente imposible. Ninguna alma cándida, política o intelectual, en Occidente, lo lamenta. En Irán, los matrimonios mixtos están prohibidos: la situación de colonización étnica masiva que sufre hoy Europa parecería impensable en cualquier otra parte del mundo. Europa aparece así, en el mundo entero, como una tierra abierta, cuya clase política admite casi unánimemente que las reglas de preservación territorial no se apliquen a su continente.

    El círculo vicioso de las regularizaciones

    Las oleadas de regularizaciones de clandestinos a las que ceden los países europeos, bajo presión de los lobis inmigracionistas y para evitar las acusaciones de "racismo", ni siquiera permiten "blanquear" -y no se trata de un nuevo de palabras- las cifras de alógenos. Son una señal para los innumerables candidatos a la inmigración en Europa y son también una bomba aspiradora suplementaria. Las regularizaciones, como un círculo vicioso, animan y aumentan aún la llegada de nuevos clandestinos que, a su vez, pedirán ser regularizados. Georges Tapinos, profesor en la IEP de París señala: "La inmigración irregular es un fenómeno continuo y dinámico, que no se detendrá bajo pretexto de que las regularizaciones. En los EEUU, tres millones de ilegales han sido regularizados en 1986 y hoy (1999) se estima que el número de ilegales vuelve a ser de tres millones".

    Las "regularizaciones" son una terrible regalo a los inmigrantes alógenos. En noviembre de 1998, picado por el mosquito del humanitarismo, el gobierno italiano decidió regularizar a 38.000 clandestinos. Se produjo entonces un flujo increíble de clandestinos que vivían en Francia hacia Italia beneficiados por la posibilidad de circular libremente por el espacio Shengen europeo. Pero fue también un estímulo, por el efecto de boca a oreja o del "teléfono árabe", para todos los que vienen de Pakistán, de Marruecos y de África negra… Las "regularizaciones" lanzan un mensaje al mundo entero: "Europa es Eldorado, Podéis venir, no hay problemas".

    Dicho de otra manera, las regularizaciones, contrariamente al objetivo buscado, no hacen descender el número de ilegales, sino que, simplemente, lo aumental. Según dos mecanismo: nuevos ilegales son incitados a la partida a causa de la mansedumbre de los países de acogida; y las regularizaciones forman "comunidades de acogida seguras" para sus compatriotas.

    En 1997, según una estimación del Ministerio del Interior, 100.000 extranjeros en situación irregular vivían en Francia. Habida cuenta de la minimización de los datos estadísticos conflictivos, esta cifra puede multiplicarse fácilmente por dos. En el momento en que se aplicaron las medidas Jospin-Chevènement que supusieron la regularización masiva de finales de 1998, 143.000 ilegales decidieron "salir del armario". Se notará que los 43.000 cuya legalización fue rechazada continuaron viviendo en Francia tranquilamente sin ningún riesgo de expulsión. Circulares administrativas (ilegales) prohibían en efecto la detención de los rechazados. Ya, en 1982, 132.000 habían sido realizadas sobre las 145.000 presentadas. Fue la primera y la última vez..

    Las regularizaciones de la última ola Jospin vienen en su mayor parte de África y del Magreb. Se experimentó un crecimiento de los asiáticos (8.000 chinos, 1.700 procedentes de Sri Lanka, 1.900 filipinos, 1.500 paquistaníes) que no procedían de antiguas colonias francesas. Los flujos de entrada se mundializan. Los únicos regularizados de origen europeo eran 190 rusos.

    Uno de los criterios del 75% de las regularizaciones de clandestinos ha sido la "presencia de lazos familiares en Francia", lo que ha favorecido a los magrebís y a los negros africanos: así los miembros (verdaderos o presuntos) de familias de inmigrantes legales que residentes en Francia tienen todo el interés en venir e instalarse clandestinamente. Esta noción de "lazo familiar" es, por otra parte, muy elástico. En torno a 20.000 ilegales han sido regularizados porque eran padres de hijos nacidos en Francia y, por tanto, franceses; 10.000 por que se habían casado con una persona en situación regular (sin que el matrimonio fuera rechazado), etc. 16.500 eran "solteros" y han sido regularizados por que "tenían un trabajo regular". Dicho de otra manera: un "trabajo negro regular"… La ley, bonita muchacha, es cada vez violada con más frecuencia.

    Un ciudadano musulmán de Malí que llega clandestinamente a Francia con dos concubinas y seis hijos y "esposa" a una tercera mujer (regularizada o francesa), teniendo con ella varios hijos, será beneficiario de importantes ayudas familiares y será finalmente regularizado ya que su "esposa" está legalizada y que sus hijos tenidos con ella son franceses en virtud del derecho de suelo.

    Una pareja procedente de Sri-Lanka o marroquí que llega clandestinamente a Francia con tres hijos y que tiene otro más (ya francés) recibirá un subsidio familiar, cobrará la "renta de inserción", escolarizará gratuitamente a sus hijos y tendrá todas las posibilidades de ser finalmente regularizada.

    La bomba aspiradora funciona a pleno rendimiento. Resulta inútil precisas que estas regularizaciones, operadas por circulares administrativas, son ilegales y antidemocráticas, ya que constituyen medidas arbitrarias que derogan la ley querida por el "pueblo francés". Al igual que son resulta ilegal y antidemocrático el rechazo a la expulsión de los clandestinos, con mas razón cuando se ha producido la comisión de un delito que concluye en una condena penal. La voluntad general es abiertamente vulnerada y befada en nombre de los habituales y fofos criterios humanitaristas. Pero ¿durante cuánto tiempo seguirá siendo esa la famosa "voluntad general"? Simple: hasta que las minorías se conviertan en mayoría.

    (c) Guillaume Faye

    (c) Editions de L'Aencre

  • La Colonización de Europa. Guillaume Faye. Capítulo II. Los mecanismos de la colonización y de la inversión demográfica. La implacable lógica de las cifras

     

    Cuando los franceses colonizaron Argelia, la población europea fue siempre minoritaria en relación a los árabes. Más aún: la tasa de reproducción de las poblaciones indígenas se convirtió rápidamente en más fuerte que la de los europeos, ya que estos, con su habituales ligerezas filantrópicas, crearon hospitales y dispensarios que hicieron caer las cifras de mortalidad infantil entre los indígenas. Vivimos en Europa una situación rigurosamente inversa y, paradójicamente, similar: inversa porque el colonizador extranjero tiene un dinamismo demográfico superior al de los autóctonos europeos (amplificada por las constantes nuevas llegadas); y similar porque el crecimiento numérico de las poblaciones no europeas es rápido mientras que los europeos no renuevas sus generaciones.

    Se trata de una inmersión demográfica. La consecuencia es clara, y es ahora visible para todos sin tener necesidad de consultar sabias estadísticas: desfiguración antropológica y la modificación en profundidad del sustrato étnico de Francia y seguramente de Europa. Más adelante veremos los riesgos de este fenómeno histórico rápido e inaudito, en progresión geométrica: decadencia de la civilización y de las culturas europeas, pérdida de independencia para el continente, posibilidad de una guerra civil étnica, etc. Al mismo tiempo, la presión del islam agrava la nocividad y los peligros de esta invasión demográfica.

    Los defensores de las Luces, los medios progresistas y democráticos, los lobbis antirracistas, todos los inmigracionistas, ignoran que han abierto la caja de Pandora, la jaula del Tigre. Su hermosa concepción de una "sociedad de tolerancia" corre el riesgo de ser barrida por el cambio del sustrato étnico y cultural de Europa que han permitido sino impulsado. Más generalmente, la historia considerará que los europeos fueron víctimas de la misma ceguera que los indios de América del Sur. Abrir la puerta a los colonos, creyendo que les van a traer beneficios, y despertarse cuando ya es demasiado tarde.

    Iban Rioufol escribe (Le Figaro, 01/04/1999): "La llegada de inmigrantes está en camino de cambiar la fisonomía del Viejo Continente […] Francia se hace mestiza. Según los datos oficiales, sobre 102.500 extranjeros que se establecieron regularmente en 1997, el 59%  procedían de África, el 22% de Asia y un 8% de Europa, sin contar los de la Unión Europea. La reagrupación familiar está en el origen del 70% de estas entradas. El actual gobierno ha relajado las normas. La Dirección de Población  de Migraciones del Ministerio de la Solidaridad acaba de registrar un alza del 35% de la inmigración legal, desde 1997. Es estas llegadas se añaden las más imprecisas pero importantes, de los clandestinos. Los sin-papeles -mala conciencia de la izquierda- habiendo obtenido la seguridad de que no serán jamás expulsados por la fuerza […], Francia no ha sabido proveerse de los medios de una política de inmigración disuasiva. Por el contrario, sus protecciones sociales y jurídicas siguen siendo extremadamente atractivas".

    Menos que cualquier otro país de Europa, Francia no controla a la inmigración. Peor aún, como veremos más adelante, una ideología cosmopolita se emplea con todas sus fuerzas en abrir el grifo de entrada de extra-europeos con objetivos étnicos y políticos muy precisos. El suicidio étnico no se sufre solamente, es deseado por algunos.

    La cifra aproximada de inmigrantes extranjeros en Francia en el año 2000 oscila de 5 a 8 millones, sin contar a los clandestinos y a todos los no-europeos presentes declarados "franceses" por aplicación del derecho del suelo.

    Desde hace cuarenta años, 4,5 millones de alógenos se han instalado en el Hexágono francés y se han reproducido vertiginosamente. Nunca, en toda su historia, Francia ha conocido tal flujo de población. Es imposible que un choque étnico de estas características no tenga finalmente consecuencias históricas de envergadura. Por otra parte, el fenómeno no se detiene, ni siquiera se ralentiza.

    El presidente del INED (Instituto Nacional de Estudios Demográficos), Jean Claude Barreau, un hombre de izquierdas poco sospechoso de agitar el "riesgo migratorio", declaraba tranquilamente: "Por término medio, en un año normal, se cuenta más o menos un flujo de 100.000 inmigrantes por año. La distorsión estadística de 1997 en relación a 1996 procede casi completamente de las regularizaciones inmigrantes ilegales y de las reagrupaciones familiares".

    En diez años, sin tener en cuenta el número de nacimientos generados en el seno de familias inmigrantes y clandestinas, son pues ¡mucho más de un millón de alógenos no europeos, jóvenes y deseosos de reproducirse, los que han llegado a Francia! En la demografía las cosas van muy rápidas: sumando la tasa demográfica de los etno-alógenos ya presentes, mas fuerte que la de los autóctonos, los nuevos inmigrantes y la progenie de estos últimos, así como los mestizajes, en el horizonte del 2010, si nada lo impide, la población de Francia corre el riesgo de contar con mas de 15 millones de personas de origen extra europeo, de los que la mayoría será más joven que la población de cepas autóctonas.

    El INED evaluaba en 1007 en 12 millones el número de personas con ascendencia "extranjera". El espectáculo de la calle está confirmado por los demógrafos. Contra más jóvenes son las generaciones, mayor es la población de alógenos: el efecto bola de nieve está llegando.

    Por su parte, el experto demógrafo Jean Paul Gourevitch estima que en 2000 había 4,5 millones de inmigrantes, esto es el 8% de la población francesa, el flujo de entrada de los que quieren instalarse definitivamente en Francia; para 7 millones (12%) la población debería ser reconocida como parte integrante de la comunidad nacional, y a 7,8 millones (13,5%) el conjunto de la población de origen extranjero viviendo sobre Francia (en Immigration, la fracture legale, Le Pré aux Clercs, 1998). En realidad, estas cifras son ampliamente subestimadas.

    Señalemos también que el número anual de naturalizaciones, en alza constante, (45.000 en 1987 y 73.000 en 1993) es enorme. Adicionados a los hijos de extranjeros que nacieron jurídicamente franceses en virtud del "derecho del suelo", estos "nuevos franceses" permiten a los sofistas afirmar que el número de "extranjeros" en el sentido jurídico es casi estable. Estas cifras (los 1 millones de "extranjeros en sentido amplio" del INED y los 7,5 millones de "extranjeros en el sentido estricto y reciente" de Gourevitch), ¿no tienen en cuenta los residentes en los DON-TOM y de las antiguas colonias, que son franceses de pleno derecho? Una reciente nota de coyuntura de la Embajada de Argelia en París (07/4/1999) no comunicada a los periodistas, pero que pude procurarme mediante trampas y hacer traducir del árabe, señalaba con júbilo de Argel, que el número de árabo-musulamnes presentes en Francia era muy superior en proporción a la de los europeos en África del Norte antes de la independencia.

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    El mestizaje, por su parte, así mismo, avanza -lo que no es el caso en los EEUU, país de impermeabilidad racial-, dejando aparte el hecho de que la mayoría de uniones mixtas termina mal a causa de la distancia etno-cultural. Se estima que el 30% de los niños que nacen en Francia hoy tienen un ascendente extranjero de primera o segunda generación, la mayor parte de origen afro-asiático. El 11,25% de los casamientos oficiales son mixtos, sin contar las uniones de concubinato que pasan a través de las estadísticas. La gran mayoría de los mestizajes (a causa de la "desvirilización" del hombre europeo de la que hablaré más adelante) afecta a parejas en las que la mujer es europea. Y los mestizos, en su mayoría, no se sienten psicológicamente europeos, sobre todo los varones. Los otros países de Europa conocen la misma situación que Francia, pero con un retraso de en torno a diez años. Globalmente, Europa vive una tragedia demográfica y etno-cultural, enmascarada por el frágil parabrisas de las ilusiones económicas.
    Todo esto terminará mal. Pero, en el fondo, para salir de esta situación, será preciso desear este final. Todo renacimiento, como todo nacimiento, se realiza en la sangre y en el dolor.

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    En 1998, la llegada de inmigrantes regulares aumentó un 35% en relación a 1997 según las cifras del Ministerio del Interior, prueba que el gobierno francés ha renunciado a toda limitación seria de las entradas. La Oficina Estadística de la OCDE estima que el número acumulado, solo para Francia, de llegadas de inmigrantes regulares (refugiados, reagrupación familiar, etc.) y de clandestinos es de 150.000 por año. Sin contar los visados concedidos cada vez más generosamente para las "estancias turísticas", que se prolongan indefinidamente. El número de retornos o de expulsiones es cada vez mas débil, el saldo de las entradas está en torno a 200.000, el doble de las cifras oficiales citadas anteriormente. En diez años, a causa de este flujo serán dos millones de personas más los que tendrán sus hijos en nuestro suelo, sobre todo si son clandestinos a fin de impedir cualquier medida de expulsión.

    Pero hay algo mucho peor. Un hecho capital del que no se habla jamás y que los medios de comunicación ocultan cuidadosamente, pero que el personal hospitalario conoce bien. Sobre 780.000 nacimientos anuales en Francia, una de las cifras más bajas de nuestra historia, 250.000 son nacimientos de madre magrebí, africanos o asiáticos, o bien de parejas mixtas. Se puede hablar pues de catástrofe étnica con una dimensión que jamás hemos afrontado en nuestra historia. Un tercio de los nacimientos son protagonizados por alógenos extra europeos según una encuesta del INSEE de 1994. La mitad de estos hijos ya es francesa porque son padres están naturalizados, la otra mitad adquirirá automáticamente la nacionalidad a su mayoría de edad, según el derecho del suelo. Es la "inmigración interior". Las maternidades son una vía de invasión más eficaz que las fronteras.

    Hoy, el 8% de los adultos residentes en Francia son de origen extra-europeo, pero el 20% de los colegiales, mayoritariamente afro-magrebíes, y ¡el 34% de niños menores de cinco años! A este rimo, un tercio -seguramente más- de los adultos será afro-magrebí o asiático en una generación y ¡cerca de la mitad entre los "jóvenes"! Pero las cifras podrán ser aún más graves por la llegada constante de nuevos inmigrantes, jóvenes y prolijos, que vendrán a añadir su capacidad de procreación a la de los extranjeros ya instalados. Las minorías de hoy corren el riesgo de convertirse en mayorías mañana.

    La realidad estadística está maquillada por las autoridades y los medios de comunicación "bienpensantes", pero se hace imposible camuflar lo que se instala en la calle. Se induce hipócritamente a creer que el número de extranjeros en Francia es estable -en torno a 4,5 millones- mientras que la proporción de inmigrados y de alógenos no cesa de crecer. Pero el derecho del suelo y las naturalizaciones masivas camuflan las verdaderas proporciones. El calificativo de "francés", en las actuales circunstancias, ya no tiene ningún significado: las naturalizaciones se realizan aceleradamente -¡desde 1996 a 2000 se han producido 100.000 naturalizaciones anuales que han "salido de las estadísticas" de inmigración- y los hijos de extranjeros nacen franceses. Estos "nuevos franceses" no están, sin embargo, integrados en la sociedad francesa.

    De forma que, por un simple cálculo demográfico, es posible pronosticar que, si nada lo interrumpe, este proceso rápido y masivo, al igual que los EEUU (pero con consecuencias mucho más graves), Francia en el curso del siglo XXI corre el riesgo de no ser ya mayoritariamente un país de raza blanca ni de cultura europea. 

    Ya hoy partes enteras del territorio nacional, como la comuna de Marsella, la villa de Rouvaix, el conjunto del departamento de Seine-Saint-Denis, los distritos XII, XIX y XX de París son zonas donde los europeos ya son una exigua minoría cuando no han desaparecido completamente. La cuestión que plantearé sin temor a lo largo de esta obra será saber si esta colonización de población masiva y brutal no atenta contra nuestros fundamentos biológicos, no corre el riesgo de arruinar nuestra civilización -incluso nuestro sacrosanto crecimiento económico- y hacer progresar nuestra cultura.

    Un desastre demográfico

    La situación de Europa es demográficamente desastrosa, tanto o más grave que durante la gran peste del siglo XIV y, desde luego mucho más que tras las dos guerras mundiales. Europa envejece, ya no renueva sus generaciones al mismo tiempo que acoge a masas afro-asiáticas que cada tienen un mayor protagonismo en la natalidad interior.

    El informe de 1998 sobre las migraciones internacionales publicado por la OCDE anuncia resultados más que alarmantes: "Las migraciones juegan un papel no desdeñable en el crecimiento de la población de numerosos países. Así, desde 1988, el crecimiento demográfico de Europa deriva principalmente de la inmigración más que de los nacimientos, mientras que en los Estados Unidos los nacimientos juegan siempre un papel dominante".

    Y a pesar de la aportación migratoria y de los nacimientos de alógenos, la población europea continúa envejeciendo y en algunas zonas de Italia y Alemania las cifras absolutas son impresionantes. Es decir, la increíble debilidad demográfica de los europeos de origen, puede compararse al etno-suicidio, del que hablaré más adelante. El informe explica: "Francia, el Reino Unido, los Países Bajos y Noruega deben su débil crecimiento demográfico a los nacimientos, mientras que en otras, como España, Grecia, Portugal, Austria y Dinamarca, es la aportación migratoria la que domina".

    Y aún, hay que precisar que en los países donde los nacimientos aseguran aún un minúsculo crecimiento demográfico (debido igualmente a la disminución de la mortalidad esto es a la "multiplicación de los ancianos") una gran parte de los nacimientos y de la renovación por fecundidad natural no es debida a los europeos sino a los inmigrados.

    Es un signo que, simbólicamente, no engaña: que incluso países como Portugal, Italia, Grecia o España, hasta no hace mucho generadores de inmigración y dotados de una alta natalidad, y cuyo nivel de vida económico no es el de Francia o Alemania, sufran hoy una profunda depresión demográfica y proyecten flujos migratorios llegados de África, participando en la enfermedad de Europa.

    El informe observa continuación: "En Alemania y en Italia una muy fuerte inmigración no logra compensar una demografía natural negativa. Es pues difícil contar en la aportación de las migraciones para reducir o frenar el declive demográfico fuertemente marcado en algunos países".

    Así nos encontramos frente a una situación dramática en Europa o no solo la población global disminuye pero donde la proporción de europeos no cesa de decrecer y la de los alógenos de aumentar. La relación de la OCDE precisa: "La aportación demográfica de la inmigración no se limita a las entradas de extranjeros. Se añaden sus hijos, en número más elevado que el de los hogares autóctonos. Así los nacimientos extranjeros o de origen extranjero representan una parte importante del total de los nacimientos en algunos países: 10'1% en 1996 en Francia (mientras que los extranjeros constituyen el 6,4% de la población), 13,3% en Alemania e incluso 22'8% en Suiza". Estas cifras no tienen en cuenta, para Francia, los nacimientos de padres naturalizados o convertidos en franceses por derecho de suelo… Ya que entre los "padres franceses" que hacen hijos, existe una fuerte proporción de magrebís o de africanos que tienen ya la nacionalidad francesa. Los Beurs de la "tercera generación" por ejemplo, los que protagonizan la crónica por sus razias incesantes, no solo son buenos jóvenes franceses sino que ¡también sin jurídicamente hijos de padres franceses! Sin embargo no entran en las estadísticas de nacimiento de extranjeros. En realidad, tal como he dicho antes, los "nacimientos de extranjeros reales" en Francia, es decir, los nacimientos étnicamente no europeos (y esto es lo más importante), son en torno al 30% o incluso más. Y la cifra corre el riesgo de progresar…

    Y de todas formas para agravar el conjunto, todos los que nazcan se convertirán automáticamente franceses… Gracias al derecho del suelo, habrá siempre estadística y jurídicamente muchos franceses en Francia, una mayoría de hecho. Si, pero no serán europeos. Como tampoco los colonos europeos en América no eran indios… Para Europa, finalmente, y no tan lejos en el tiempo, tendrá lugar una explosión o una implosión, la crisis liberadora o el hundimiento. Volveremos a este tema en el capítulo final.

    (c) Guillaume Faye

    (c) Editions de L'Aencre