Los intelectuales, los periodistas, los políticos, sean integracionistas como Chevènement y Pasqua, o comunitaristas de derecha o de izquierda, dicen con este fatalismo al que se llama como realismo: "es imposible expulsar de Francia y de Europa a los millones de inmigrantes o de niños de inmigrantes nacidos otros continentes. La única solución es contemplar una sociedad etnopluralista y multicultural, y preservar, por nuestra parte, nuestra identidad europea".
Este discurso supone pues, para el comunitaristas, que los europeos, en Europa, formarían una comunidad entre otras. Y para el integracionista, el origen etno-cultural importa muy poco; ser francés es simplemente un contrato, un molde abstracto en cuál todas las identidades, todas memorias deben disolverse. Europa se conformaría pues con el modelo pluriétnico los Estados Unidos, nación cuyas personas precitadas allí rechazan sin embargo sus propios principios constitutivos. Pero no podemos a la vez abjurar del modelo social americano -"como nación contra el pueblo" - y preconizarlo para Europa. Recordemos estas palabras llenas de sentido común pronunciadas por el general De Gaulle, que nadie se atrevería a tasar de racista, reveladas por el libro de Alain Peyrefitte C'était de Gaulle: "no quiero que Colombey-les-deux-Églises sea un día Colombey-les-deux-Mosquées. Francia puede acoger a algunos ciudadanos de origen africano, pero es fundamentalmente un país de raza blanca y de cultura católica".
Que la política gaullista no se haya preocupado por velar por el cumplimiento de este precepto, no es el fondo de la cuestión. De Gaulle expresaba un discurso de sentido común que los intelectuales jacobinos o etnopluralistas no pueden comprender, porque son desrealizados. Intelectualmente no es elegante, intelectualmente no es chic suponer que el fundamento de una civilización sea étnico. Evocaré más adelante la utopía de esta visión comunitarista o integracionista de Europa, defendiendo el principio de la unidad étnica y del etnocentrismo contra el etnopluralismo.
Admitir el carácter definitivo de esta colonización de población que continúa cada vez más acelerada y que trastoca los fundamentos de nuestra civilización, preferir la organización de una realidad inaceptable a la noción de resistencia, es el signo de una dimisión histórica extremadamente grave.
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Creo que existe la tercera vía. La función de los que piensan y los que escriben es formular lo impensable. Cualesquiera sea que el riesgo que corran. Porque formular lo impensable es volverlo posible en la historia. Es la fuerza del Verbo, del verbo tentador. Julio Verne describió el Nautilus y el viaje lunar: gracias a la fuerza del poeta, se cumplieron. Mi fin es liberar a hombres de acción y de poder del futuro, es decir la juventud, de cualquier sentimiento de culpa, e incitarles a contemplar la solución irrealista.
Hay que prepararse para eso desde ahora. Se hará posible por una catástrofe previsible, una guerra civil étnica que trastocaría el estado actual de las mentalidades. No puedo decir sobre eso más por el momento. El último capítulo levantará una pequeña parte del velo.
El General Bigeard declaró un día off the records a uno de mis amigos, un gran reportero que le entrevistaba sobre la guerra de Kosovo: "Allí no se da una batalla muy importante. La verdadera guerra está en otro lugar, allí dónde nadie repara en ella". Luego precisó: "La verdadera guerra tiene lugar en las maternidades". Recordemos la cifra citada anteriormente: sobre 780.000 nacimientos anuales, 250.000 conciernen a recién nacidos afromagrebíes.