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  • Etiopia

    “Aparte del sida, África no nos aporta nada”

     

    Kevin Myers.- Al tiempo que los Estados africanos se niegan a tomar medidas para restablecer un parecido de civilización en Zimbabue (en esa época el gobierno de Robert Mugabe expropiaba las granjas de los blancos), deberíamos los occidentales, al parecer, vaciarnos los bolsillos una vez más, en esta ocasión para Etiopía. Etiopía ya estaba en el centro de la actualidad hace cerca de 25 años, con la campaña contra el hambre de Bob Geldof. Desde entonces la población de ese país ha saltado de 33.500.000 a 78.000.000 de habitantes…

    ¿Por qué demonios debería yo fomentar el crecimiento demográfico catastrófico de ese país? ¿Dónde está la lógica? No hay ninguna. Y dos cosas me dicen que la lógica no cuenta en este asunto. La primera es mi conscienca. La segunda es la imagen, una vez más, de esos niños que, una vez más, miran al objetivo con sus grandes ojos abiertos, ilustrando, una vez más, la tragedia que, una vez más, etc, etc… Lo siento, pero yo he recorrido ese país, a pie y financieramente. Contrariamente a muchos de vosotros, yo he estado en Etiopía. Al igual que muchos de vosotros, he dejado mi dinero en la hucha de la caridad para las asociaciones que luchan contra el hambre por allí. El niño con los grandes ojos que hemos salvado hace más de 20 años es hoy un hombre en celo, armado de un Kalashnikov y procreando como le da la real gana al ritmo de sus sacudidas hormonales.

    Habrá buenas razones para prolongar ese sistema económico, social y sexual desequilibrado y destructor. Ignoro cuales son. Y sin duda hay muy buenas razones para no escribir este artículo
    .
    Estas líneas no me granjearán ninguna amistad. Más bien provocarán la ira indignada de los lectores bienpensantes que no pierden una ocasión de pervertir el debate público irlandés con sus mofas y sus conminaciones morales. ¡Qué más da! Pero por piedad, vosotros, los representantes de las ligas de virtud bienpensantes, ahorrénme las alusiones a “nuestra hambruna” y a las analogías demasiado fáciles (se refiere a la “Gran Hambruna” irlandesa entre 1845 y 1952, que causó entre 2.000.000 y 2.500.000 de víctimas). No hay comparación posible entre ambos casos. En 20 años de hambruna, la población de Irlanda se vio reducida en un 30%. Durante ese mismo lapso de tiempo, gracias a la ayuda alimentaria, a los semi remorques Mercedes de cinco ejes y a los aviones Hércules, la población de Etiopía ha aumentado en más del doble.

    Lamentablemente, este país devastado no está solo en su locura… En algún sitio, en este continente maravilloso, se encuentra Somalia: otro encantador país bien surtido de vagos perpetuamente en celo, blandiendo Kalashnikovs, masticando khat (un estimulante vegetal que se masca, usado tradicionalmente en Yemen, Etiopía, Somalia y otros países árabes vecinos del Cuerno de África) y prácticándoles la ablación genital a sus hijas. África es un continente casi enteramente poblado de indigentes en celo sexualmente hiperactivos y decenas de millones de personas no sobreviven más que gracias a la ayuda internacional, es decir occidental.

    Esta dependencia no ha fomentado la prudencia política o el simple sentido común. La estupidez del vudú parece ganar terreno y el próximo presidente de Sudáfrica (el artículo fue escrito en 2008) está persuadido que un poco de agua del grifo sobre el pene después del coito es buen medio para prevenir las infecciones. Además, la pobreza, el hambre, y el descalabro social no han podido impedir las guerras en el Tigré (Etiopía), en Uganda, en el Congo, en Somalia, en Eritrea, etc…

    Esta es una situación pintada con trazos gruesos, sin duda. Pero es así que la Historia pinta a menudo sus episodios más sórdidos, los más decisivos también. Japón, China, Rusia, Corea, Polonia, Alemania, Vietnam, Laos, Camboya y otros han tenido que superar situaciones mucho más duras que las que soporta África. Muchos de esos países ayudan hoy a este continente e invierten en él, mientras que África, con sus enormes savanas y sus opulentos pastizales no aporta prácticamente nada a nadie, como no sea el sida.

    Mientras tanto, las poblaciones africanas agotan sus recursos y provocan daños ecológicos catastróficos. En 2050, la población de Etiopía alcanzará los 177.000.000: el equivalente de Francia, Alemania y el Benelux juntos, pero situados en la zona más árida y devastada del Valle del Rift, donde las fuentes de proteínas son cada vez más escasas.

    ¿Qué sentido tiene fomentar activamente el aumento de la población de un país ya sobrepoblado, con un entorno devastado y económicamente dependiente? ¿En qué es moral salvar a un niño etíope de la hambruna y permitirle sobrevivir en un contexto de circuncisión brutal, de pobreza, de hambre, de violencia y de esclavitud sexual, un niño que a la vuelta de la esquina engendrará una media docena más de niños con grandes ojos abiertos, cuyas perspectivas de vida serán igual de halagüeñas que las de sus padres? Ayudar a esta gente ayudará sin duda a los caritativos a sentirse mejor, y esa es la principal razón de esa caridad tan inútil como abundante. Pero eso no es suficiente.

    Esa caridad interesada es una de las plagas de África. Ha permitido mantener a regímenes políticos que se habrían derrumbado sin ella. Ha prolongado en 10 años la guerra entre Eritrea y Somalia. Ha inspirado a Bill Gates un programa de erradicación de la malaria, cuando en realidad, con la ausencia casi completa de autodisciplina, esta enfermedad es actualmente una de las formas más eficaces de control de las poblaciones.

    Si ese programa tiene éxito, se jacta Bill Gates, decenas de millones de niños que habrían muerto en edades tempranas, llegarán a la edad adulta. Muy bien, ¿y después? Hmm… ¡ya sé! Que se vengan todos para aquí. Esa es una buena idea. ¿No les parece?

    *Kevin Myers, periodista irlandés, escribió el artículo en 2008.