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  • El escenario de la catástrofe. La Colonización de Europa

     

    El mecanismo está bien engrasado para organizar y acelerar la colonización étnica de Europa. Se base en:

    1) declarar imposible detener el flujo migratorio. De donde deriva la laxitud de los controles en las fronteras y la reagrupación familiar reforzada.

    2) declararnos moralmente inhumanos al expulsar a los clandestinos, a pesar de la ley, o bien sostener que es técnicamente imposible hacerlo.

    3) declarar socialmente insoportable la masa siempre creciente de residentes ilegales "sin papeles" en Francia, de donde deriva, por tanto, la necesidad de  legalizarlos en regularizaciones masivas cada cuatro o cinco años.

    4) así conseguimos que el grifo de las nuevas entradas aumente mediante el "efecto llamada".

    Es un círculo vicioso que nada puede parar. La lógica infernal de este mecanismo que se alimenta así mismo es que, ya que el desequilibrio Norte-Sur acentúa cada año el número de candidatos a partir en dirección a Europa, nada detiene la aceleración de nuestra colonización étnica cuyo destino corre el peligro de ser la inmersión de los europeos en su propio suelo por masas afroasiáticas llamadas a convertirse allí en demográficamente mayoritarias. Así pereció Roma, bajo el peso de los libertos orientales y africanos, tal como lo mostró André Lama en Des Dieux et des Empereurs (EDE).

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    Hay una cosa muy instructiva en la mentalidad humana: es la fuerza de los dogmas y de las creencias, la fuerza de las propagandas y de las opiniones afectivas, incluso formuladas contra los hechos. El hombre es un animal perpetuamente cegado. Platón ya anotaba que el doxa (doctrina, opinión) tenía siempre la ventaja como el épistémè (saber, ciencia). El Profesor Debray-Ritzen, psiquiatra antifreudiano, solía decir: "el error dogmático tiene alas, y la verdad científica se arrastra humildemente". Cuando, incluso ante gente inteligente e informada, o que parecen serlo, periodistas, tecnógratas, intelectuales patentados, se les dice: "Francia se africaniza y se islamiza; dentro de veinte años, si nada cambia de manera radical, puede ocurrir perfectamente que la ley coránica sea aplicada en este país y qué más de la mitad de la población sea de origen afromagrebí", desencadenamos sonrisas, nos y uno se hace acreedor de las burlas más irónicas.

    ¿Sin embargo qué hay más cierto y fiable, más implacable que las proyecciones demográficas? Los niños europeos que no nacieron no surgirán por el milagro de la generación espontánea; la población futura es el reflejo de la de las maternidades de hoy. Y sin embargo, esta evidencia, que abre por sí misma los ojos, no es admitida. Negamos esta africanización y esta islamización por dos razones: primero por un reflejo de miedo; el ser humano siempre intenta negar lo que le molesta y exorcizarlo. Luego, admitir este hecho demográfico ineludible, admitir la verdad, sería políticamente incorrecto y equivaldría a "dar la razón al extremo-derecha".

    Una pequeña minoría, finalmente más consecuente, más lúcida, responde "¿nos africanizamos, nos islamizamos? Pues bien, administremos el fenómeno…". Esta posición es propia de un fatalismo optimista. Pensamos que la africanización no tendrá ninguna consecuencia sobre la civilización, como si el zócalo de esta última no fuera primero étnico; consideramos que el Islam que se instalará será el de la "tolerancia"; lo que depende solamente de lo que en mi ensayo L'Archéofuturisme he llamado "creencia en los milagros". Como si el Islam implantado en Europa fuera milagrosamente a diferenciarse en profundidad del que se da en el Magreb o en Medio Oriente. Entonces, estimamos, como los prelados católicos o las ligas trotskistes que estas llegadas masivas a Francia, por las migraciones fronterizas o las maternidades, son un fenómeno positivo que contribuye a construir un utópico paraíso multirracial.

    Así, un escenario-catástrofe no muestra catastrofismo sino es a partir de la proyección demográfica. Limitémosnos al caso de Francia. A un ritmo de 250.000 nacimientos al año de niños franceses o naturalizables, desde finales de los años ochenta, contando a los que están ya presentes, los nuevos emigrantes que dan a luz niños y las naturalizaciones, podemos pensar como el observador americano imparcial Stanley J. Moore que "a partir de 2010, el número de electores africanos negros y los musulmanes en Francia sobrepasará el 20 % del electorado. Más tarde, esta proporción no dejará de aumentar" (Journal of Demographic Studies, Boston UP. n°1439, dic. 1998).

    Si no se hace nada, si la tendencia no se desequilibra al precio de una revolución verdadera, los siguientes acontecimientos tienen muchas probabilidades de producirse en breve:

    1) Un partido musulmán tiene todas las posibilidades de ser creado, la ambición de líderes eventuales no forzosamente moderados será muy estimulada por esta bolsa de electores en pleno crecimiento. Los hijos e hijas de inmigrados, la gente de color, espontáneamente, por reflejo étnico, votarán por este o por estos partidos, aun cuando incluso no sean musulmanes practicantes.

    2) No es evidente que los jóvenes afromagrebíes continúen como hoy absteniéndose de votar o de presentarse a las elecciones, desde el momento en que adviertan el peso de su número creciente y de su fuerza. Es poco probable, a la vista del fracaso de las políticas de integración y del ascenso del "comunitarismo", que este Nuevo electorado escoja a los partidos políticos franceses tradicionales.

    3) El proceso de colonización electoral comenzará con las elecciones municipales. No hay ninguna necesidad de darles el derecho de voto a los extranjeros para que esto ocurra. En un número cada vez más grande de municipios, el electorado francés está volviéndose mayoritariamente afromagrebí y musulmán. Los electores autóctonos franceses envejecen, mueren o se van. Hay que pues esperar poco para que primero una centena de poblaciones francesas -de Roubaix a Saint Denis pasando por varias ciudades de Provenza, de Lyon y de Ile-de-France, particularmente todos los suburbios, sean gobernados por municipalidades inmigradas que tienen el Islam como religión.

    4) En un segundo tiempo, tal como se comienza a presentir, los afromagrebíes y los musulmanes exigirán, porque tienen el poder numérico, ocupar escaños en el Congreso de diputados. Serán un peso en las instituciones. Será el proceso de la colonización por lo bajo: primeramente la inundación demográfica, luego la sujeción política.

    La lógica demográfica quiere que participen en el poder legislativo, luego en el gubernamental. Con dos consecuencias: por una parte, una subordinación probable a los países musulmanes árabes que, para muchos, son sus "madres-patrias"; y por otra, una política de puertas abiertas a los inmigrantes del Magreb. Y probablemente también, una conquista lenta del país por el Islam, cada vez más duro (conforme al espíritu de esta religión guerrera) a medida que aumente el peso de la población musulmana y de los autóctonos convertidos. De esta de esta carrera al abismo, de esta catástrofe anunciada, nadie parece preocuparse; hasta ese punto esta generación queda obnubilada por el inmediato.

    Es la razón por la cual, frente a este peligro hay que pleitear a favor de una aceleración de la construcción federal europea y de la pérdida rápida de poder de este Estado francés que, de immigracionista hoy, corre peligro de hacerse inmigrado mañana. No es más que por un doble reajuste, por un lado hacia regiones históricas arraigadas, y por otro hacia un Estado Europeo, que podremos cortar el camino a la colonización institucional y política que se anuncia. Un alógeno puede fácilmente declararse "belga o francés", pero le cuesta mucho más reivindicarse como flamenco, gallegos o europeo.

    Sea como fuere, este doble arraigo concebido como línea de defensa no debería olvidar la hipótesis de la reconquista.